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Gaviotas III: Eutanasia
Ni por un momento piense el lector que se trata de una historia truculenta, pues bien está lo que bien acaba y ésta lo hace de maravilla. Imaginen, si acaso, que el titular del presente artículo va referido a una mujer que así se llama, lo mismo que podría llamarse Eufrasia o Eulogia, y repitamos sin miedo su nombre de pila: Eu-ta-na-sia. Hemos quedado en que el protagonismo de esta Galería lo tiene la palabra, y si logramos quitarle su poquito de tragedia a la que ahora nos ocupa, entonces nos quedará toda la pureza de su historia y la armonía de su sonido.
Viene hoy a cuento de que íbamos caminando no ha mucho por esa playa kilométrica llamada del Guadalquitón, donde parece que nunca pasa nada, cuando de pronto acertamos a ver un bulto a lo lejos. Raro nos pareció en la distancia, por lo agitado y convulso de su perfil, si bien al poco supimos el tratarse de un pájaro que en medio de la orilla hacía frustrados intentos de moverse. Sintiendo esa amenaza humana tan próxima, y trasladando a sus alas el instinto de conservación de la especie, forzaba el cuello para levantarlo y mirar quién le venía por detrás... pero ni por ésas lograba el pobre pajarraco levantar la cabeza de la arena. Se conoce que el ave había hincado el pico en ese punto, no sabemos por qué, y lo había hecho de tal modo que, a cada esfuerzo de desenterrarlo, del mismo se le abrían las alas en una envergadura imponente que por breves segundos nos puso alerta la primera vez. Desplegó unos alerones tan grandes, que llegué a dudar si su impedimento para alzar vuelo consistiese en cierto defecto de fabricación en las extremidades, como si estuvieran desproporcionadas o así.
Cogí entonces del suelo una caña con intención de ayudar al ave en su empeño, empujándola delicadamente por el gaznate para arriba, conque al pronto se vio un cuello de lindo y corto plumaje, y a continuación un pico amarillo, y finalmente destacaron unos ojos inertes e inexpresivos, y lo más curioso es que, a pesar de dicha falta de expresión, esos ojos redondos transmitían impotencia y lástima indecibles.
Cuando la gaviota se vio desenterrada de pico y entonces pudo respirar a conciencia y seguidamente contemplar la mar azul en su esplendor de por la tarde, se nos figuró que sonreía. Ahora la gaviota era una gran dama ante sus dominios, la cual dama, libre la cabeza ya, dedicó esta vez todo esfuerzo a transmitir a las alas su energía milenaria. Pero la señora no arrancaba a volar ni a tiros, y lo que en cambio sí nos transmitió por instantes fue el pavor ante el panorama: gaviota quieta en la orilla igual a gaviota muerta de hambre, y gaviota hecha carroña igual a pasto de sus compañeras de aire más jóvenes y desaprensivas..., y de hecho una bandada sobrevolaba desde hacía rato la zona en sospechosos y amplios círculos.
Semejante acumulación de signos no podía ser casual, según convinimos a continuación, tan seguros como además nos creíamos de que algo estaba escrito para ese día. No queriendo, pues, contravenir los designios del Creador, allí mismo quedó establecido el procurar a la gaviota un final digno o por lo menos acorde a tanta nobleza. Lo que en esos momentos sobrevoló mi memoria y mi conciencia en sospechosos círculos, fue una palabra como muy griega que empezaba por eu, o sea ‘bueno’, y terminaba por tanasia, o sea ‘muerte’. Con ese ánimo di comienzo a la operación, y haciendo uso de la misma caña empujé a la señora gaviota por el trasero hacia el mar adentro, poco a poco, por ver si la corriente la arrastraba hasta donde quedarse tranquilamente a flote un par de horas durante las que acaso disfrutar de sus últimos anhelos.
Al principio me costó luchar contra el oleaje, que se empeñaba en devolvérnosla a la orilla, pero insistí con la caña hacia el agua y en seguida el agua se le llevó. Con el poniente que soplaba aquella tarde, no tardó mucho la gaviota en quedar a merced de la marejadilla, cada vez más adentro, cada vez más..., y a todo esto sin perder en momento alguno esa mirada solemne que se les pone a los animales cuando conocen ya el fin: aguardando el primer mordisco de lubina o rodaballo y aun así gustosa y flotante; mecida por las olas al encuentro de su tanatorio; se diría que hasta diciendo ¡adiós, adiós, adiós! con la punta de las alas al batir.
Ya íbamos de vuelta por la arena, no habríamos dado ni diez pasos, cuando por instinto nos giramos los tres a la vez para dedicar una última mirada a nuestra vieja conocida, y entonces ocurrió el milagro. Si hasta ese momento nos habían parecido grandecitas sus extremidades, lo que ahora sacaba del pecho hacia fuera eran como dos remos de dinosaurio volador que de un brinco la impulsaron para arriba como si el mismo Neptuno le hubiese pinchado con su tridente. Una vez arriba nos miró ya con otra cara, esta vez diciendo adiós de verdad; y una vez despedida de sus bienhechores se unió a una bandada de flamencos rosa que por allí pasó camino de África, resultando ser quienes hace un rato sobrevolaban en sospechosos y amplios círculos; y a ellos se unió la gaviota en cuestión de décimas, gozosa esta vez de hallarse en un medio aéreo como el suyo, y al poco la escuadrilla se perdió en el horizonte...
Y ya nunca sabremos si la gaviota llegó a morir físicamente o si aquello que vimos fue una resurrección en toda regla, averigua; el hecho es que contra todo pronóstico me fui esa tarde a casa satisfecho no sólo de las bondadosas intenciones, eso es lo de menos, sino yo creo que sobre todo de la congruencia tan grande que supone el haber deseado en el alma la ‘buena muerte’ de una criatura de Dios y que encima eso tenga nombre en mi lengua, pues eso y no otra cosa es lo que en mi lengua quiere decir eutanasia.
3 comentarios:
Sr Fernández me quito el sombrero si lo tuviere.
Magnífica forma de volver sobre el asunto de la gaviota o charrán que nunca se sabe.
Espero Gaviota IV a cargo de otro gran colaborador de Buceite como es Juan Ignacio Trillo, investigador e historiador de personajes y familias de Jimena a quien este pueblo y su ayuntamiento le debe un homenaje.
Pero somos como somos.
Por el Día de Andalucia del año pasado el alcalde Fran Gomez no quiso hacerle homenaje a Trillo ni al restaurante Cuenca.
Digo. Para eso tiene mayoria absoluta.
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L a gaviota alzó el vuelo
otra vez vuelve a la mar
y no quedar indefinidamente
en la cornisa o el alero
de un edificio en la ciudad
por muy bien reformado que esté,
por mucho cristal que tenga,
eso no se asemejará jamás
al que en verdad ese es su medio
el agua del mar, la mar
con sus barquitos veleros.
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