GAVIOTAS II
"...todo lo cual debió de suceder como a principios del siglo veintiuno de nuestra era", así acababa el pulcro ¿relato o metáfora? - Gaviotas- de Joaquín Fernández de Santaella que publicó buceite.com el pasado martes de Semana Santa y al que agradezco porque me ha inducido, basada en la misma avifauna, a la creación de esta otra fábula sobre un problema que comenzó en nuestras ciudades costeras y se ha expandido al interior.
Para ese inicio de nuevo siglo y milenio de la llamada era cristiana, muchas gaviotas habían dejado de ser marinas. El "homo consumus", devorador irresponsable de recursos naturales y generador de residuos insostenibles, había creado ingentes vertederos. En estos almacenes de contaminantes basuras esparcidas en la superficie al aire libre, las gaviotas, como ratas voladoras, encontraron una fuente de alimentación sin límite. Ya no necesitaban para su sustento especies marinas, mermadas además por la sobreexplotación pesquera. Colonizaron el litoral, anidaron en monumentos históricos degradándolos, con sus excrementos y restos de carroñas que, tras deglutirlas, dejaban esparcidas, a niveles incompatibles con su conservación. A la par, en una espiral reproductora, irrumpieron y se quedaron a vivir en azoteas, parques, zonas verdes, urbanizaciones... que se vieron conquistadas por esta agresiva y molesta fauna de piar tan desagradable. Expulsaron –expoliando los nidos, los huevos, los pollos recién nacidos- a las especies que habían sido las tradicionales en este hábitat marítimo/terrestre y urbano durante siglos, como las fringílidas, las insectívoras, las rapaces... Del mismo modo, otras voladoras, visitantes estacionales por sus características migratorias, buscaron nuevas rutas para sobrevivir y reproducirse.
Apareció el loro, otra ave invasora procedente esta vez del continente americano como aliada colateral de esa gaviota carroñera, con ocasión del ilegal comercio de mascotas exóticas, que luego huía, en un descuido, o su dueño lo echaba a volar hastiado de su cansina reiteración papagaya. Se sintió segura sin depredadores y, además, sin plagas ni enfermedades cuya inexistencia, a diferencia de aquí, hacía contener su población en los lugares de origen. Su ingente reproducción y longevidad les fue permitiendo dominar espacios de clima templado cada vez más extensos, a la vez que iba dejando desierto el panorama de otras aves autóctonas competidoras.
En ese tiempo, el ser humano, ajeno a ese fenómeno, se afanaba en combatir una pandemia mundial, el Covid-19, aunque no era consciente de que estaba creando una bomba de relojería enormemente peligrosa para su supervivencia, y causada por la ruptura que había provocado en la cadena trófica de la naturaleza debido a su modo de vida y de producción…
Tras el desenlace de ese episodio epidemiológico, comenzó a aparecer, facilitado por el cambio climático experimentado, con origen en el litoral mediterráneo, una plaga de mosquitos a la que acompañó, seguidamente, otra irrefrenable de langostas que comenzaron a arrasar con todo y a transmitir raras y múltiples enfermedades provocadas por virus que mutaban aceleradamente y que, además, iban produciendo una altísima tasa de mortalidad humana por afecciones respiratorias, cerebrales y de cardiopatías, principalmente, y para cuya neutralización y erradicación no solo no había insectívoras, sino tampoco vacunas ni tiempo para investigarlas y fabricarlas.
El The End hollywoodiano llegó al escenario de la geografía humana, pero esta vez para anunciar el fin de los tiempos. El exterminio "de repente" de la humanidad había acontecido.
2 comentarios:
Me encanta que los escritores vayan entrando en el juego de la naturaleza, aunque en ésta segunda parte de las gaviotas se parezca más a las siete plagas de Egipto, allá por los tiempos del Éxodo Israelita, en tiempo de Moisés, lo que no quita mérito ni a la primera ni a la segunda parte de "Gaviotas", con dos distintos y extraordinarios escritores que se suman en sus cavilaciones a otro también local. Eureka.
Parecen extraídas esas historias gavioteras por el mismo impulso que insta o inspira (como dice él) a otro escritor de Buceite.com que osa introducirse nada menos que en los misterios del universo, pero los tres coinciden en algo: la inquietud por nuestro incierto futuro, rodeado de los males propios que nacen, crecen y se desarrollan dentro de su propia madre naturaleza y que como un virus (nunca mejor dicho) se prevé que exterminará al conflictivo y nocivo ser humano, provenga de dinde provenga ese mal-bien purifucador de agentes tóxicos para la salud de este planeta. Habrá que buscar (aunque la conocemos e ignoramos) la fórmula de ese insecticida que nos libre de las pesadas moscas tras las montañas de carne humana putrefacta, pese a que ya lo éramos. Salvo a que es en nuestro cerebro donde, tras la pubertad, comienza a infectar e infectarse en forma de maldad sin límites aniquilando a muchas almas puras, que no santas.
Cristo Murió Rogando Por su vida y Penando por Todos nosotros.
Ahí, en sus principios, está el misterio y la fórmula que salvará a la humanidad ¿En Martes?
Que de pamplinas...
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