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Hola querido y amado hijo:
Ya he hecho la mudanza. Ya he llegado y estoy perfectamente acomodada. Llevabas razón, el viaje se me ha hecho corto. Esto es impresionante: mucha luz, ambiente que invita al descanso y al pensamiento y vistas inmejorables.
Esto me recuerda mucho a tu niñez, cuando me quedaba sin aire por darte tantos besos; cuando te arropaba con mis brazos porque tu bienestar era y es, mi obsesión; cuando te amamantaba emocionada por disfrutar de tanto amor.
Sabía que algún día me lo recompensarías, ¡pero no así!, creo que es demasiado para mi, regalándome esta especie de paraíso…
Déjame que te explique con todo lujo de detalles. Mi alcoba es enorme, con dos grandes ventanales que te regalan amaneceres idílicos. El salón está a dos niveles, espacioso, luminoso y a la vez acogedor. Ya tengo mi mecedora en un rincón, esa que le tengo tanto cariño, porque fue en esa donde te balanceaba y te susurraba nanas para que te durmieras y yo me regocijase con tu belleza. ¡Y la cocina! ¡Es inmensa! Esta totalmente equipada, aunque la mayoría de aparatos eléctricos no los se utilizar. Al abrir hoy la alacena, vi el mismo bote de cacao, ese que emulsionabas con la leche y que tanto te gustaba. ¡Pues sí, me trae muchos recuerdos! Cuando veo las sartenes, me viene a mi fallida memoria, momentos con mis nietos es lo que me demandaban que le hiciese aquellas tortillas que los enloquecían. También tengo hilo musical, ¡qué pasada! Pero no encuentro la sintonía más apropiada para el ambiente que aquí se respira…
Diles a tu esposa y a mis nietos que estoy de fábula, pero he de confesarte que la distancia física que nos separa me está matando a pasos agigantados.
Y para rematar, hijo mío, ¡tengo piscina! De vez en cuando me dio un chapuzón, y siento como mi piel es arropada, refrescándola y limpiándola de remordimientos y penas.
¡Y mis vecinas son encantadoras! Te dan mucha compañía y lo mejor de ellas es que juntas, escribimos muchas ediciones de libros del pasado, de ese pasado que se nos escapó, que tanto echamos en falta y que fue motivo de relleno de nuestra precaria memoria.
Aquí el tiempo es parecido al vuestro. Hay días soleados y días muy grises, y te confieso que de este último, hay muchos…
Me estoy imaginando abrazada a mis nietos, dándole besos a diestro y siniestro, disfrutando de sus travesuras y presumiendo de la guapura que poseen.
Las próximas Navidades van a ser un poco duras para mí. No teneos cerca, me rompe el corazón y el alma, pero me reconforta saber que estáis bien y sois felices.
¡Pues si hijo! ¡Esto es espectacular! Pero me tenías que haber consultado antes! ¡Se que lo haces por tu bien y el mío!
Hace unos días me desvelé por la noche, “sin motivo alguno”, y me puse a hablar con la luna y le pedí que toda la experiencia que yo estaba viviendo, tú tuvieras la oportunidad algún día, de disfrutarla…
Bueno, hijo mío, no te molesto más, se que tendrás cosas importantísimas que hacer antes que estar pendiente de un vejestorio como yo. Gracias hijo mío, por demostrarme quién y cómo eres; gracias por lapidarme entre lágrimas; gracias por regalarme este océano de soledad; gracias por no impedir que me desangre emanando a borbotones amor, afecto, cariño, convicción y engaño; gracias por invadir, menospreciar y masacrar mi opinión; gracias por ningunear mi vejez; gracias por dar tristeza a la sintonía de mi corta vida.
Gracias por enseñarme la diferencia entre equivocación y predeterminación; entre la gratitud y la alevosía; entre el arrepentimiento y la obstinación; entre la hipocresía y la decencia.
¡Gracias por todo, hijo mío!
Desde mi recién estrenado ASILO, sin remordimientos, sin dolor, sin explicaciones y con muchas lágrimas, se despide tu madre, esa que un día te dio la vida y que tú hoy, me la quitas a mí.
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