Con el fin de contribuir en el logro de ese “saludable silencio” que, en reiteradas ocasiones he propuesto, y con la intención de colaborar para mitigar esos ruidos atronadores que tanto nos espantan y esas permanentes cantinelas que tanto nos aburren, he decidido suprimir estos artículos semanales hasta, quizás, el comienzo del nuevo curso.
He llegado a la conclusión de que este silencio nos puede servir -aún más que las benévolas palabras- para serenar nuestros ánimos, para tranquilizar nuestras conciencias, para infundirnos esperanzas, para controlar los temores y, en resumen, para estimular las ganas de vivir apaciblemente.
Es posible que este tiempo de silencio nos sirva para ahorrar energías, para leer con mayor tranquilidad otros artículos más profundos, interesantes y divertidos, para escuchar plácidamente música o para releer con fruición algunos de esos libros que, en nuestra juventud, nos distraían. Ya verán cómo nos resuenan de otra manera y, quizás, hasta nos hacen soñar. Podemos emplearlo también en conversar con nuestra pareja, con nuestros hijos y con nuestros amigos, pero, probablemente, el mejor resultado de este tiempo de silencio será un lavado de la contaminación acústica que favorezca la reflexión, el descanso o, simplemente, que nos ayude a mantener la mente en blanco para disminuir el estrés y para ahorrar esas energías que necesitamos para otras tareas más importantes y más gratificantes.
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