Hoy me he fijado
en las mechas de su pelo frío,
brilloso, centelleante y liso;
ondeando sin vueltas,
corriendo siempre de frente
porque busca la frente de su fin;
tranquilo a veces, sin pausas,
ansía la busca de un algo:
va pensando en unirse
a la armonía de su sangre.
A tropel los vientos le peinan
y el aire, besando su cutis,
al rio va despidiendo.
En su frescor y sin microscopio,
he escrutado una supuesta unidad
reduciéndola al hueco de mi mano,
donde porfía con la medida
porque no es la suya.
Sus hilos de plata
sin lucha, escapan,
por entre la comisura de mis dedos
son chorros y goteras sin unidad,
pues al quedar mis manos vacías
la gota es lo único que queda.
Pienso pues, que ahí,
en la gota de fluido nuclear incompresible,
en la gota, hembra y madre,
y no en la gotera, ni en el caudal ni en su caja,
es donde se encuentra el alma
masculina del rio, del lago, del arroyo...,
y la femenina de la catarata, del mar y de la lluvia;
la gotera es bebida que embriaga y da calor,
la gotera es incoloro combustible
en la célula de todos los cuerpos,
el H2O su molécula...,
y la molécula su cerebro.
La gotera desciende, cae, nada y vuela,
se transforma,
en gaseoso y vuela,
se transforma en hielo y navega,
se convierte en líquido y nada, anda y corre;
es la héroe verdadera y sin ficción
del cómic de la Tierra,
donde se dibuja su tesoro
y la envidia más grande de las del Universo.
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