Querida amiga:
¿Que tal estas? Espero que bien. Han pasado muchos años ya, pero creo que aún te quedan atisbos para reconocerme.
Aunque llevamos muchos años sin vernos, soy tu amiga de la niñez y de la adolescencia. ¿A que ahora, si te acuerdas?... ¿Tu compañera de cole!
¡¡¡ Qué tiempos aquellos!!!
Me viene a la memoria tantos y tantos recuerdos… ¿Y qué guapa eras?, la que más, con diferencia.
¿Que tal estas? Espero que bien. Han pasado muchos años ya, pero creo que aún te quedan atisbos para reconocerme.
Aunque llevamos muchos años sin vernos, soy tu amiga de la niñez y de la adolescencia. ¿A que ahora, si te acuerdas?... ¿Tu compañera de cole!
¡¡¡ Qué tiempos aquellos!!!
Me viene a la memoria tantos y tantos recuerdos… ¿Y qué guapa eras?, la que más, con diferencia.
Desde muy pequeñitas el destino nos puso juntas y ese mismo destino luego nos separó.
Recuerdo como eras mi guía, mi estandarte, mi admiración, porque eras la líder, la que “repartía el bacalao”, la que respetábamos y sumisas acatábamos todas tus órdenes.
¡Y qué ojos tan bonitos tenías! Los míos también, pero si te acuerdas, a muy temprana edad me pusieron esas gafas tan horribles pero que hacían que pudiera ver las letras.
¡Y qué cuerpo tenías! Esbelta, delgada, flexible, vamos eras un cisne! Pero en todo lago siempre hay un patito feo, y esa era yo; rechoncha, bajita, de movimientos lentos y parsimoniosos, tirando a fea, pero siempre queriendo obsequiar con una sonrisa a mis seres queridos, era lo que podríamos definir como simpaticona.
¿Y qué éxito con los chicos! ¡Comían de tu mano! Es que querida amiga, tú valías mucho, y yo por el contrario, el chico que se me acercaba era para quitarme el bocata.
Pues bien, no quiero seguir recordando cosas porque me emociono, pero te preguntarás porqué te he escrito esta carta, no te preocupes te lo explico…
Quiero, deseo, necesito poner en tu conocimiento, el sufrimiento que me hiciste pasar. Muchas fueron las veces que no veía, y no porque aquellas malditas gafas me lo impidieran, sino por la lágrimas que ha escondidas derramé. Fueron muchos los días que no comí, pasando literalmente hambre, para intentar que aquellos voluptuosos kilos de grasa desaparecieran. Fueron muchas horas ensayando para que mi cara deslumbrara felicidad en mi casa ante mis padres, aunque en realidad, lo que tenía interiormente era una carcoma que me debilitaba día a día. Aprendí de ti lo que es el pánico, la humillación, el desahucio, la ira, la venganza y el sufrimiento, todo me lo dabas a diario, como una píldora que necesitaba tragar para seguir viviendo.
Pero un día se me olvidó tomarme la dosis que tú me diagnosticaste, por eso para resarcir mi error, me mediqué yo misma… Veintidós pastillas eran las que había en aquel bote… no recuerdo de qué color eran, porque fueron las primeras que les robé a mis padres, pero sí recuerdo que tenían el color de la niñez, el color de la esperanza, el color de la desesperación, el color de la incomprensión… y me acordaba de la soledad, del padecimiento, del menosprecio, de la inconsciencia y de la dejadez, del ocultismo y del dolor, del insomnio y de los desvelos, me acordaba de muchas cosas, hasta que dejé de acordarme…
Una a una me las fui tomando. Y cada vez que tragaba, me acordaba de ti. ¡Qué pena! ¡Con lo buenas amigas que podíamos haber llegado a ser!
Hace mucho tiempo que escribí esta carta y quería que la leyeras ahora, cuando ha pasado el tiempo, cuando ya nada tiene solución, y cuando ya eres mayor…
Seguro que estas felizmente casada y tendrás hijos. Me alegro. Pues ahora es el momento idóneo para que si tienes ovarios, les leas esta carta a tus hijos sin derramar una sola lágrima. ¡Échale ganas! ¡Si no es tan difícil!...
Yo hace tiempo que me fui de esta vida, no porque me apeteciera, sino porque tú me obligaste a hacerlo.
Que fallo cometí! Tanto te molestaba! Tanto me odiabas! No te diste cuenta que yo sólo quería vivir, disfrutar, reír, ver salir el sol todos los días, pero tú te empecinaste en crear nubarrones de tormenta en mi vida. Así que cuando veas llover, no pienses que son gotas de agua, mira hacia arriba, y aunque no me veas, son las lágrimas que derramo porque aún no puedo parar de llorar… tanto dolor necesita tiempo para ser subsanado.
Y si por casualidad, estas arrepentida, intenta con todos los medios que estén en tus manos, evitar que esto siga ocurriendo. Malgasta todo el amor que tienes escondido, ese que hace mucho tiempo me hizo falta a mí.
Sin más lo dicho, espero que tus hijos y muchos otros tengan conciencia de esta carta, sin nada más se despide la que siempre quiso ser “tu querida amiga”…
Fdo. Salvador Delgado Moya
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