Leído en el Diario de Cádiz. Por su interés reproducimos el primero de una serie de artículos en los que nuestro colaborador el profesor Hernández Guerrero tratará sobre la reforma universitaria.
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ADVIERTO que, en mis análisis, evitaré una actitud moralizadora y una postura dogmática. En realidad, más que a denunciar errores, me limitaré a describir unos graves peligros que, de manera camuflada, amenazan la vitalidad de la Universidad no sólo en Cádiz y España, sino también en otros países que gozan de un prestigio acreditado. Me referiré a los riesgos de unas concepciones y de unas conductas habituales que, a mi juicio, pueden socavar los cimientos y desnaturalizar las funciones más importantes de esta institución imprescindible en este mundo globalizado que experimenta importantes, permanentes y rápidos cambios.
Aprovecho la oportunidad que nos brinda la nueva situación política española para participar en el debate sobre la reforma de la Universidad, una discusión en la que los profesionales hemos de opinar, evitando, por supuesto, caer en los delirios de grandeza pero también superando los complejos de inferioridad, la sensación de impotencia y la aceptación de la fatalidad. En estos momentos, en vez de lamentarnos, hemos de luchar contra el desánimo paralizante y contra la euforia triunfalista.
En sucesivos artículos presentaré algunas propuestas que puedan servir de puntos de partida de unos análisis más profundos y que, incluso, provoquen unas críticas más atinadas. Me referiré a convicciones y a convenciones sobre la investigación, la docencia y la divulgación que suelen servir de supuestos básicos en la elaboración de los planes de estudio, en la organización de las titulaciones, en la programación de los diferentes cursos y en la relación entre las diversas áreas de conocimiento y entre los distintos departamentos y facultades.
En mis análisis sobre la superespecialización, el cientifismo, el tecnologismo, el didactismo, el internet-centrismo, el aislacionismo, el dogmatismo y el solucionismo partiré del supuesto de que la formación humanística ha de ser un objetivo convergente estimulado por el afán del rigor científico y por el propósito de la preparación profesional y que, por lo tanto, la enseñanza de las lenguas, la historia, la psicología, la sociología, el derecho, las artes y la literatura han de cursarse de manera continua y paralela a las ciencias y a las técnicas. Las Ciencias Humanas no sólo constituyen los cimientos sobre los que se construye una vida individual plena de significación humana, sino también los soportes que han de sostener a las sociedades justas, solidarias y democráticas. Ellas poseen unos contenidos y unas metodologías indispensables para el pensamiento serio, riguroso, crítico y autocrítico, y proporcionan unos instrumentos necesarios para el desarrollo de una inteligencia resistente ante las arbitrariedades de los excesos de poder y de las tradiciones ciegas. Ellas suministran claves para que los alumnos lean, interpreten y apliquen los textos de las asignaturas científicas y para que descifren, analicen y protagonicen con plena conciencia los episodios de la vida personal y colectiva; para que escriban textos y para que escriban y vivan la vida, y para que traten de colaborar en la solución de los problemas más acuciantes de la sociedad que los sustenta. No olvidemos que el progreso económico no es un fin en sí mismo, sino un medio necesario para conseguir unas metas más humanas mediante el desarrollo de la imaginación, de la conciencia ética, del pensamiento crítico, del compromiso político y de la colaboración social.
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ADVIERTO que, en mis análisis, evitaré una actitud moralizadora y una postura dogmática. En realidad, más que a denunciar errores, me limitaré a describir unos graves peligros que, de manera camuflada, amenazan la vitalidad de la Universidad no sólo en Cádiz y España, sino también en otros países que gozan de un prestigio acreditado. Me referiré a los riesgos de unas concepciones y de unas conductas habituales que, a mi juicio, pueden socavar los cimientos y desnaturalizar las funciones más importantes de esta institución imprescindible en este mundo globalizado que experimenta importantes, permanentes y rápidos cambios.
Aprovecho la oportunidad que nos brinda la nueva situación política española para participar en el debate sobre la reforma de la Universidad, una discusión en la que los profesionales hemos de opinar, evitando, por supuesto, caer en los delirios de grandeza pero también superando los complejos de inferioridad, la sensación de impotencia y la aceptación de la fatalidad. En estos momentos, en vez de lamentarnos, hemos de luchar contra el desánimo paralizante y contra la euforia triunfalista.
En sucesivos artículos presentaré algunas propuestas que puedan servir de puntos de partida de unos análisis más profundos y que, incluso, provoquen unas críticas más atinadas. Me referiré a convicciones y a convenciones sobre la investigación, la docencia y la divulgación que suelen servir de supuestos básicos en la elaboración de los planes de estudio, en la organización de las titulaciones, en la programación de los diferentes cursos y en la relación entre las diversas áreas de conocimiento y entre los distintos departamentos y facultades.
En mis análisis sobre la superespecialización, el cientifismo, el tecnologismo, el didactismo, el internet-centrismo, el aislacionismo, el dogmatismo y el solucionismo partiré del supuesto de que la formación humanística ha de ser un objetivo convergente estimulado por el afán del rigor científico y por el propósito de la preparación profesional y que, por lo tanto, la enseñanza de las lenguas, la historia, la psicología, la sociología, el derecho, las artes y la literatura han de cursarse de manera continua y paralela a las ciencias y a las técnicas. Las Ciencias Humanas no sólo constituyen los cimientos sobre los que se construye una vida individual plena de significación humana, sino también los soportes que han de sostener a las sociedades justas, solidarias y democráticas. Ellas poseen unos contenidos y unas metodologías indispensables para el pensamiento serio, riguroso, crítico y autocrítico, y proporcionan unos instrumentos necesarios para el desarrollo de una inteligencia resistente ante las arbitrariedades de los excesos de poder y de las tradiciones ciegas. Ellas suministran claves para que los alumnos lean, interpreten y apliquen los textos de las asignaturas científicas y para que descifren, analicen y protagonicen con plena conciencia los episodios de la vida personal y colectiva; para que escriban textos y para que escriban y vivan la vida, y para que traten de colaborar en la solución de los problemas más acuciantes de la sociedad que los sustenta. No olvidemos que el progreso económico no es un fin en sí mismo, sino un medio necesario para conseguir unas metas más humanas mediante el desarrollo de la imaginación, de la conciencia ética, del pensamiento crítico, del compromiso político y de la colaboración social.
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