Como es sabido, la vida humana es un proceso temporal, es una sucesión de instantes, de horas, de días, de noches, de semanas, de meses y de años. Comprendemos mejor esta dimensión lineal de la vida humana si la comparamos con un camino irreversible cuyo diseño, en parte nos viene dado, pero que, hasta cierto punto, podemos dibujar su trazado. Es irreversible porque, una vez que demos un paso su huella queda marcada de forma imborrable, perdurable: los hechos, las palabras, las sensaciones, los sentimientos y los pensamientos quedan impresos para siempre: todos “imprimen carácter”.
En parte, el itinerario del camino está determinado por nuestra propia constitución biológica y mental, y por las peculiares circunstancias externas: salud, fuerza, sexo, edad, biografía, familia, sociedad, época… Pero en parte, el dibujo es libre y permite un amplio margen de creatividad mediante la educación, mediante el aprendizaje de destrezas y gracias a la ayuda de nuestros colaboradores que hacen posible reorientar la trayectoria y cambiar la dirección.
En el hecho de que la vida humana sea un permanente caminar exige, en mi opinión, la posibilidad, conveniencia o necesidad de que rechacemos la tentación de pensar que, en cualquiera de sus momentos, ya hemos llegado a la meta y que, por lo tanto, podemos decidir no seguir avanzando, no aprender nuevas lecciones, no conocer nuevas cosas o no experimentar nuevas sensaciones. Nuestra condición de seres inteligentes nos debería estimular para que, todos los días tras levantarnos, nos hiciéramos algunas preguntas como, por ejemplo, ¿dónde estoy en estos momentos de mi vida?, ¿estoy donde quiero estar? ¿creo que puedo, que debo dar algún paso más en la vida?, ¿es posible, por ejemplo, que deba comunicarme más o comunicarme mejor con las personas con las que convivo y con las cosas que manejo?, ¿de verdad que estoy convencido de que ya está bien con lo que soy y con lo que he hecho y de que ya he crecido lo suficiente?
Para lograr un mayor bienestar, es necesario que, con independencia de los años que hayamos cumplido -20, 30, 40, 70 u 80 años-, estemos decididos a empezar cada día una nueva vida. Es evidente que existen los malos momentos, las decisiones erróneas, los fracasos, las derrotas, las enfermedades y los dolores, pero también es verdad que los sufrimientos, por muy agudos que sean, pueden ser semillas de nuevos progresos, de crecimiento y de bienestar, si los tratamos con acierto.
1 comentario:
¡Puuuf..., que cierto pero que difícil!
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