David Romero Pacheco ha publicado este relato en la revista digital malagueña Inoportunos
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UNA habitación oscura y fría. Las paredes, de un material vidrioso y negro, impiden ver a través de su superficie. En un lateral, una luz azul y líquida se derrama sobre una porción de la estancia; el resto, ausente en una penumbra tenue. Un hombre sentado frente a un ordenador, delgado y pálido, ocupa el espacio iluminado.
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UNA habitación oscura y fría. Las paredes, de un material vidrioso y negro, impiden ver a través de su superficie. En un lateral, una luz azul y líquida se derrama sobre una porción de la estancia; el resto, ausente en una penumbra tenue. Un hombre sentado frente a un ordenador, delgado y pálido, ocupa el espacio iluminado.
—Ensayo mil ciento noventa y cinco. En treinta minutos el experimento habrá concluido —describe el investigador tras iniciar la grabación—. Tras décadas de trabajo, he descifrado el código que controla el hardware. En esta prueba intentaré evadir su complicado sistema antiviral. Simularé ser parte de su software estimulando su bobina fractal de impulsos eléctricos, y así podré hacerme con el control. Si lo consigo… Podré volar, desplazarme a cualquier parte, a través del espacio y del tiempo, replicar mi información, sentir…, aunque en un formato diferente.
—¡Proceso de transferencia iniciado! —informó un cronómetro que avanzaba en sentido inverso—. Tiempo restante: veintitrés minutos y cincuenta y nueve segundos.
Las luces parpadearon tenuemente y de forma constante durante los primeros veinte minutos, con bruscas sacudidas durante el último, para apagarse unos segundos cuando el marcador llegó a cero.
—Transferencia realizada con éxito.
La pantalla del ordenador se iluminó de un extraño resplandor rojizo mientras infinidad de códigos ocupaban su superficie, nítidamente reflejados en los ojos abiertos del hombre. Sus párpados pestañearon de manera frenética antes de desplomarse estáticos. Unos segundos más tarde, la pantalla se volvió negra y opaca al tiempo que el hombre, tras un leve temblor, se alzaba torpemente sobre sus piernas. Los blanquecinos párpados se despegaron de nuevo para dejar al descubierto unos ojos recodificados.
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