La avaricia, ese ansia incontrolada de poseer y de acumular bienes materiales, incluye un conjunto de síntomas similares a los de la bulimia, esa patología mental que genera la necesidad incontrolable de ingerir grandes cantidades de alimentos. Los dos comportamientos enfermizos tienen su origen en un sentimiento de inseguridad que, paradójicamente, acumula pero empobrece, engorda pero debilita, harta pero no sacia, infla pero esclaviza, engulle pero no saborea. Las dos son enfermedades graves, crónicas y degenerativas. Las dos son suicidas y antisociales porque nos destruyen por dentro y aniquilan la convivencia.
En ambas patologías, los bienes materiales, en vez de ser nuestros alimentos o nuestras medicinas, se convierten en venenos engañosos y mortíferos, en virus tóxicos que nos corroen las entrañas y arruinan la convivencia porque impiden unas relaciones saludables con la naturaleza y con los demás hombres y mujeres. La desigualdad generada por la riqueza desproporcionada de unos pocos y por la pobreza lacerante de unos muchos hace crecer las pasiones más destructivas como el odio, el rencor y el resentimiento, tanto en la familia, como la política, en los deportes, en las profesiones, en las artes e, incluso, en las religiones.
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