Ocupados sólo en el logro de un bienestar inmediato y atraídos exclusivamente por pequeñas esperanzas de unos beneficios efímeros, somos muchos los que corremos el riesgo de empobrecer el horizonte de nuestra existencia perdiendo el anhelo de un crecimiento verdaderamente humano, ético, social e, incluso, estético. Deberíamos preguntarnos si este debilitamiento de las aspiraciones es realmente un progreso humano o si, por el contrario, estas conquistas materiales representan un retroceso inhumano. Hemos de tener en cuenta dos hechos fácilmente comprobables en nuestra sociedad: por una parte, crecen los deseos de un mundo mejor, más digno, más humano y más dichoso. Pero, por otra parte, también aumentan el desencanto, el escepticismo y la incertidumbre ante un futuro lleno de serias amenazas de sufrimientos absurdos en las personas, de oscuros augurios de conflictos envenenados entre los pueblos y de graves advertencias de alarmantes abusos contra el Planeta.
Es cierto que el desarrollo de la ciencia y el crecimiento de la tecnología están logrando resolver muchos males y agudos sufrimientos, y es verdad que aún no somos capaces de intuir la capacidad que se encierra en el ser humano para desarrollar un bienestar físico, psíquico y social. Pero no sería honesto olvidar que este desarrollo prodigioso sólo nos está “salvando” de algunos males y que sólo lo consigue de una manera desequilibrada, injusta y limitada.
La consideración del envejecimiento progresivo, de la muerte inevitable o del poder extraño del mal, por ejemplo, hacen que muchos comiencen a sentir que la ciencia, la técnica o, incluso, muchas de las doctrinas ideológicas no nos valen –no son suficientes- para salvarnos de una vida encerrada dentro de los estrechos límites de la economía y del bienestar exclusivamente material, ajeno a los misterios de la Bondad, de la Belleza, de la Solidaridad y del Amor.
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