1º por la izda. Badillo de la Est. de Jimena y segundo el sampableño José Florín. Fotos de Pepi Florín. |
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LOS ABUELOS Y EL TREN
Hubo un tiempo, aunque algunas personas no quieran reconocerlo y otras ni siquiera recordarlo, durante el que, en muchos pueblos no había nada de entretenimiento ni de expansión para los ciudadanos; nada para la juventud – para los niños ni soñarlo siquiera.
Para la tercera edad, ni en verano ni en invierno – respecto a nuestro pueblo – durante el invierno, solo les quedaba la copa de picón o la chimenea en su casa, la pelliza, el bar, y el paseo a la estación de ferrocarril para oír el típico chacachá de aproximación y el fuerte pitido de los trenes, mientras arrugadas y sufridas narices respiraban los vapores de sus altas chimeneas: la neblina se apoderaba de la estación viendo como emergían o se sumergían en ella el espectros de los viajeros en su ir y venir al iniciar o finalizar un viaje; entre ellos, un buen número de estraperlistas y/o recoveras/os, que ganaban como podían el tan escaso pan para su familia.
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En la foto el jefe de estación Andrés Mena. |
Los abuelos esperaban pacientes en el andén, bastón en mano, o sentados en aquellos oscurecidos bancos de tablillas de madera, hasta oír pitar el cornetín del jefe de estación o factor de circulación, quien, momentos antes, había llevado bajo el brazo, enrollada, una banderita roja y ahora enarbolaba una verde de salida, de vía libre. La roja de parada o de peligro había quedado en la oficina al lado del candil de luces color roja, amarilla y verde que utilizaba para la noche; éste oficial empleado de Renfe (porque entonces llevaban insignias y divisas militares), tocado con su gorra azul y roja (ahora, todas las gorras del uniforme llevan coronándola la franja de color rojo porque ya sólo se usan para dar “el marcha al tren” a la orden de silbato y el banderín o farol –y cada vez menos porque esta señal está automatizada en muchas estaciones –; sin embargo, hasta los años 90 estas gorras se hacían de color azul íntegramente y se las acompañaba de una funda de color rojo. De este modo el factor – factor de circulación o jefe de estación –ponía la funda a la gorra según si intervenían en circulación o no. Hay que recordar que había tres categorías de Jefe de Estación dependiendo del rango de la misma, de 1ª, 2ª y 3ª. Así como varias categorías de Guardafrenos, etc., todo ello dependía de más o menos hojas de encina en el cinturón de la misma. Si además de las hojas aparecían bellotas, las gorras eran de antes de la aparición de las fundas rojas) y abotonadura plateada que ajustaba sobre el cuerpo a un traje azul marino cargado de carbonilla, habiéndose cerciorado de que no había peligro para nadie en el andén, levantaba la bandera verde y tocaba el cornetín, dando con ello la orden de salida al maquinista que conducía el estruendoso tren.
El viejo espectador, en ese preciso momento, con la rapidez que le permitía su achacoso cuerpo cargado de años, al objeto de no volver a tragar nuevamente el humo de carbón mineral, se retiraba del andén; después esperaba sentado el llegar de nuevos viajeros u otros ancianos con los que charlar un rato, o simplemente para ver el circular de los trenes y el trapicheo de los usuarios.
Aquel otro anciano, al que sus piernas no le permitían poder llegar a la estación, se contentaba con oír de lejos el traqueteo de las ruedas de hierro y lo pitidos de llegada y de salida de los trenes; contemplar como, por encima del tejado de la estación y el paralelismo de árboles, ascendía a borbotones el humo, para luego caer lentamente en lluvia blanquinegra tras la máquina de vapor que la producía. Allí, en el “transformador de Paco Lirios”, – después llamado “el transformador de Vargas” –, en la entonces, C/ del Acueducto y ahora C/ Auditor Cazorla; cruce con la “Vereda de la Estación”, también llamada “Vereda de la Garganta” (hoy del Polideportivo), permanecían uno o varios abuelitos casi mudos, sin hablar, hasta que la columna de humo desaparecía por El Túnel.
BREVE HISTORIA CONSTRUCCIÓN FERROCARRIL ALGECIRAS-BOBADILLA
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El primer ferrocarril español construido fue en Cuba en el año 1.837 (siendo colonia española) línea La Habana-Güines. En la península ibérica no llegó a construirse hasta el año 1.848 con la línea de Barcelona-Mataró.
El primero de Andalucía estaba previsto para Jerez de la Frontera y la Bahía de Cádiz, pero no llegó hasta la década de 1.850, donde se unió Jerez de la Frontera con el puerto del Trocadero, en Puerto Real, para poder transportar las botas de vino con rumbo al Reino Unido.
El 14 de mayo de 1.888, en subasta pública, se autoriza la concesión de la línea de ferrocarril Bobadilla-Algeciras a la casa Greenwood y Cía., de Londres, propiedad de Alexander Enderson; por Real Orden de 6 de junio de 1.888, obtiene la adjudicación de la línea con una subvención gubernamental de 10.900.220 pesetas para una longitud de 181,670 kilómetros. En el mismo mes, Alexander, funda una nueva sociedad llamada “The Algeciras –Gibraltar- Railway Company” y le transfiere la concesión obtenida por la anterior compañía.
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El día 01 de septiembre de 1.888 se iniciaron las obras con origen en los dos extremos, es decir por Algeciras y por Bobadilla sentido Ronda. El día 13 de noviembre de 1.890, se abre al tráfico el tramo Algeciras-Jimena de la Frontera; el 07 de septiembre de 1.891,el tramo Bobadilla-Ronda; y el 27 de noviembre de 1.892 el que causó más dificultad, Ronda-Jimena. La idea inicial era llevar el ferrocarril hasta Gibraltar, pero intereses políticos y militares españoles lo desaconsejaron desde los propios ministerios, dando por finalizada la línea en Algeciras, desde donde saldrían vapores hasta la Roca.
En 1.882, se compran en Inglaterra, a la casa Robert Stephson Ct. Co. Engineers de Newcastle –on- Tyne, dos pequeñas locomotoras de vapor (carbón), tipo 030, con números de fabricación 2.521 y 2.522; esta última, al concluirse la línea, se la quedó la compañía explotadora, asignándole el nº 20 y poniéndole el nombre de “Jimena”. Finalmente en 1.913 pasó a la estación de Algeciras, tirando de pequeños trenes de mercancías y maniobras. La misma compañía inglesa que la fabricó, construyó nueve más grande para estos tramos numeradas del 11 al 17, que entraron en servicio entre 1890-91 y la 18 y19 en 1.913. A todas ellas les asignaron un nombre: a la 11 Algeciras, la 12 Teba, 13 San Roque, 14 Málaga, 15 España, 16 Guadarranque, 17 Palmones, 18 Gaucín y 19 Cortes. Se habla de otras dos que se llamaban “24 de Mayo” y “Guadaira”, que más bien podría ser “Guadiaro”. En 1.913 la compañía pasó a la de Ferrocarriles Andaluces. (La Tracción Vapor en el Ferrocarril Bobadilla-Algeciras –Manuel Jesús Martínez Selva).
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Con el paso de los años, nuevos ancianos los sucedían en la vejez y en las costumbres; mientras que las máquinas iban cambiando de estructura y de materia prima para olvidar el carbón mineral y funcionar con gas-oil y/o electricidad (la primera locomotora diesel que llegó a España, fue en 1.955, construida por la casa americana ALCO, y los ferroviarios españoles le pusieron “Marilyn”, por lo de la actriz americana de moda Marilyn Monroe) y, conforme iba desapareciendo el negro fogonero y el cansado guardagujas, seguía impertérrito, tenaz y firme, el jefe de estación con su recto uniforme, su gorra azul y roja, sus banderitas, su candil y su cornetín; hasta que de las pequeñas estaciones iban desapareciendo, poco a poco, como los mismos viejos para no volver más, quedándose sola, aburrida y viuda “La Casa de la Estación”, que le sirvió a él y a su familia de hogar y de oficina de control. Siendo necesario, para quitarles el aburrimiento o que no mueran de viejas, el maquillarlas, y, sin dejar de perder parte de su fisonomía, utilizarlas como restaurantes u otros establecimientos, al amparo de su atrayente característico e imprevisto museo ferrovial.
LOS ADULTOS
Los demás adultos, con excepción de algunas fiestas esporádica y/o bailes (independientemente de la muy, pero que muy visitada feria de San Pedro –en la que, previamente, siempre pasaba algo para no ser del todo felices –), solo les quedaba, durante todo el año el trabajo, si lo había, los bares donde se apalabraban compras y ventas con los corredores, tras tragarse – entre corredores, comprador y vendedor y los ganchos que pudieran tener– unas cuantas de botellas de Tío Pepe: por entonces el de Plácido – con el primer televisor público en blanco y negro, pues el primer televisor privado fue el de “María la del Televisor” –, el bar del Alemán, Carrión, el Estanco y el último – allá por las cercanías del Muelle llamado el de “La Charca” (frente a la casa del practicante). También esporádicamente, algún circo ambulante “rumano o húngaro” que se tropezaba con el pueblo o se daba su vuelta por aquí (en aquellos entonces, en el coloquio rural, a todos los circos se les llamaba “circo rumano o bien húngaro”). Independientemente de los circos, también solían venir teatros con o sin cante (aunque algunos teatros los hacían los propios del pueblo). De todos ellos había más que ahora, muy baratos, pues el dinero abundaba por su escasez, y las compañías optaban por pueblos más grandes donde había más espectadores, como es lógico. Hoy al pueblo es muy raro que venga un circo; en lo teatral, ya es rarísimo y lo de cante descartado. Nos alimentamos de nuestros propios logros, de esa gran voluntad popular de hacer cosas, una de las grandezas que tiene la gente de este pueblo con respecto a lo festivo (¡No todos claro!): el crear entretenimiento y arte.
Miren ustedes por donde, yo me alegro mucho, pero que mucho, de ese premio que a los mantenedores de Los Talleres por la Paz en este pueblo han recibido. Más por lo que significa el mismo nombre, los deseos y las palabras, que por lo político.
Hoy en día, quienes realmente abarcan las diversiones, como aquí no queda otro remedio, es la televisión y los ordenadores. Sin que los teléfonos móviles en los niños dejen de tener desperdicios (y, seguro que futuros problemas psicológicos).
Como exponía al principio, la llegada de ese primer televisor al bar de Plácido, dio un toque de festividad a los días en que había toros o fútbol internacional, especialmente cuando jugaba España. Sobre los toros mencionar en primer lugar a Manuel Benítez “El Cordobés”: vistió por primera vez de luces el 15 de agosto de 1.959 en Talavera de la Reina, se retiró de los ruedos en 1.971, regresó en 1.979, lidiando pocos festejos hasta el 14 de septiembre de 1.981 cuando resulta muerto un espontáneo durante una corrida de toros en Albacete en la que compartía cartel con Rafael de Paula y Palomo Linares y decide su retiro definitivo. Sin embargo reaparece en el 2.000 toreando solo dos corridas y se retira definitivamente aludiendo que“ con el toro actual no se puede, sencillamente no anda…”, no obstante hace algunas corridas y festivales.
Mucho se ha escrito a favor y en contra de este torero, de lo bueno y malo que le dio a la Fiesta Nacional. Recuerdo aún, como nos reuníamos niños y mayores, familias enteras en dicho bar, delante de la TV en blanco y negro, nerviosos y expectantes con las corridas de ese torero venido de maletilla roba-gallinas y salta ruedos, que se mereció la fama con sangre y coraje; valentía que hacía paralizarse al país para verle torear; ni la centralita de teléfono de la Tamaya sonaba cuando él toreaba. Fue el mayor exponente que yo he conocido como figura del toreo atrayente de expectación (lo técnico era otra cosa). Le avalaba su historia de maletilla primero y benefactor después ayudando a los pobres; ampliándose su fama, no solo por su logro personal, que lo fue, sino por lo bien que le vino al régimen Franquista para tener al pueblo ocupado en discutir (entonces se discutía más por los toros que por el fútbol) sobre los mejores toreros desde Belmonte, Joselito y Manolete de la época anterior). En el tiempo del que hablamos, había para todos los gustos desde Pepín Martín Vázquez, pasando por El Viti, Antoñete, Chamaco, Posada, Fermín Murillo, Jaime Ostos, Rafael de Paula, Paquirri, Ruiz Miguel, Dámaso González, Manzanares, El Niño de la Capea, Ortega Cano, Palomo Linares, Antonio Ordóñez, Antonio Bienvenida, Diego Puerta, Curro Romero, El Príncipe Gitano, Palomo Linares, Paco Camino, Aparicio, Luis Miguel “Dominguín” y Miguelín quién mantuvo una gran rivalidad con El Cordobés, llegando incluso, el 18 de mayo de 1.968, a saltar al ruedo vestido de calle durante una corrida para, acercándose y trasteando con sus manos al toro, demostrar que era demasiado manso para ser lidiado. Todos estos buenos toreros hubieron y me dejo algunos.
Mucho se ha escrito a favor y en contra de este torero, de lo bueno y malo que le dio a la Fiesta Nacional. Recuerdo aún, como nos reuníamos niños y mayores, familias enteras en dicho bar, delante de la TV en blanco y negro, nerviosos y expectantes con las corridas de ese torero venido de maletilla roba-gallinas y salta ruedos, que se mereció la fama con sangre y coraje; valentía que hacía paralizarse al país para verle torear; ni la centralita de teléfono de la Tamaya sonaba cuando él toreaba. Fue el mayor exponente que yo he conocido como figura del toreo atrayente de expectación (lo técnico era otra cosa). Le avalaba su historia de maletilla primero y benefactor después ayudando a los pobres; ampliándose su fama, no solo por su logro personal, que lo fue, sino por lo bien que le vino al régimen Franquista para tener al pueblo ocupado en discutir (entonces se discutía más por los toros que por el fútbol) sobre los mejores toreros desde Belmonte, Joselito y Manolete de la época anterior). En el tiempo del que hablamos, había para todos los gustos desde Pepín Martín Vázquez, pasando por El Viti, Antoñete, Chamaco, Posada, Fermín Murillo, Jaime Ostos, Rafael de Paula, Paquirri, Ruiz Miguel, Dámaso González, Manzanares, El Niño de la Capea, Ortega Cano, Palomo Linares, Antonio Ordóñez, Antonio Bienvenida, Diego Puerta, Curro Romero, El Príncipe Gitano, Palomo Linares, Paco Camino, Aparicio, Luis Miguel “Dominguín” y Miguelín quién mantuvo una gran rivalidad con El Cordobés, llegando incluso, el 18 de mayo de 1.968, a saltar al ruedo vestido de calle durante una corrida para, acercándose y trasteando con sus manos al toro, demostrar que era demasiado manso para ser lidiado. Todos estos buenos toreros hubieron y me dejo algunos.
LOS NIÑOS
En cuanto a lo exclusivamente pensado para niños, ni siquiera los fines de semana había nada de interés cultural o de entretenimiento para esos peques de hasta 13 años (ya con 11, 12 y 13 años, lo mismo niños que niña, a esas edades, habían muchos trabajando que ni siquiera iban a la escuela, y a partir de los 14 obligadamente si no había dinero para estudiar; por eso siempre estudiaban los mismos (los que contaban con medios económicos, es decir, normalmente la clase alta, con muy pocas excepciones venidas de abajo que se las veían y deseaban para poder terminar los estudios; y muy buenos pero que muy buenos estudiantes tenían que ser).
Venía al pueblo algún que otro circo, como ya hemos dicho antes, que traía sus animales y sus payasos, aunque su repertorio era variado para acoger a público de distintas edades. Era raro (cada dos o tres años) en que las aulas eran visitadas por algún personaje especialista en hacer reír a los niños, o prestidigitador que les deslumbraba con sus trucos y juegos de manos. Por otro lado poca cosa más. Entretanto muchos y variados juegos de niños se jugaban por las calles: el coger; al escondite; a las piedras (se lanzaba una piedra al suelo, a cierta distancia, y el otro con otra tenía que darle); a las bolas (canicas); a los platillos (con las tapaderas de las cervezas); a los cartones (con las tapas de las cajas de cerillas); a me las engarro (uno se ponía encorvado sobre la pared y otros saltaban encima de uno en uno); a la Una la Mula (hay muchas modalidades en el jugar), aquí decíamos –saltando cada vez, por encima de uno agachado: A la una la mula/a las dos la cojo/a las tres otra vez/a las cuatro cilindro en lo alto/a las cinco por el culo te la hinco – y al saltar le pega con el talón en el culo- /a las seis la cara del buey –y le da otra patadita–/a las siete pongo mi sombrerete –y le pone una piedrecita en lo alto de la espalda que está encorvada– a las ocho lo recojo/ a las nueve empina la bota y bebe/y a las diez vuelve a beber; se quedaba el que fallaba en algo.
EL CIRCO Y LA MONA
Una anécdota muy recordada fue: la similitud entre la inocencia de los monos y de los niños. Un buen día apareció al lado de los colegios, por donde está la alberca de Vargas, hoy ya un bloque de edificio – frente al transformador –, un circo de animales, donde, entre hombres y mujeres de nacionalidad variada, venía una “húngara” de largos vestidos y muchas alhajas de argollas (pendientes, pulseras y collares), mayor y muy fumadora, con bastante malaleche para los niños que nos acercábamos a las lonas y jaulas del circo. Los muy tontos, no midieron las consecuencias lo suficientemente bien, sino que al ser frente a unas escuelas era el sitio preferido para darle propaganda; y como gancho, para que los niños pidieran a sus padres que les llevaran al circo, amarraron una chimpancés vieja y grandota a las puertas de la carpa. Como al mediodía descansaban del montaje del coso, dejaron a la mona sola y los niños le echamos un globo haber que hacía. El chimpancé comenzó a jugar con él hasta que se le explotó e inició una búsqueda debajo de las piedras buscando el globo, lo que hizo que nos partiéramos de risa, aumentando con ello más la curiosidad de todos nosotros que contábamos con unos 10-11 añillos. Esta vez, le lanzamos para que jugara, un “pimiento chile” !!de los picantes, vamos¡¡. El animal comenzó a rajarlo para ver su interior y empezó a comerse las pepitas. Como estas picaban le dio varios mordiscos al pimiento y lo tiró. Y nosotros risa. Del picor, el simio se refregaba con las manos la boca. De la boca pasó a refregarse los ojos; y con el picar en los ojos chocaba con las cosas y no veía; echaba espuma por la boca, se volvió medio loca pegando chillidos y saltos, revolcándose por el suelo. Tiraba de la cadena con la que estaba amarrada intentando romperla. Por el jaleo, los chillidos de la mona y nuestras risas, acudió la vieja húngara y los niños echamos a correr. No sabemos como la curaron, pero si que la Guardia Civil nos buscaba por el pueblo, preguntando a todo el mundo por los niños, pero nadie les dijo nada y aquello pasó. Lo peor para nosotros fue que nos perdimos el circo, pues con el susto no quisimos asistir por si nos reconocían.
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Nuestra plaza, circo o distracción diaria, eran: la famosa “Higuera de Palomo” -como le llamábamos-, no exclusivamente los niños sino también los mayores “¿Dónde estará el niño?, seguro que estará en la “Higuerilla de Palomo”, decían; bueno, para nuestro dialecto “hjiguerilla”.
La plaza de Los Naranjos también era nuestro lugar de reuniones y juegos–llamada después Plaza de la Iglesia –; fue nuestro campo de deportes y de pilla-pilla. En los portales de las casas, se relataban y aprendíamos nuevas experiencias y chistes verdes que nos contábamos unos a otros. La calle Real era donde paseábamos con las niñas y los amigos (la calle la recorríamos paseando un sinfín de veces desde lo de Palomo hasta la discoteca del Manco de Elías y viceversa). Los paseos primero, y el ligoteo intocable después; y ya, con la caída de la noche, la calle se convertía en nuestras cacerías nocturnas y el inevitable correteo ante el Municipal o los Guardias Civiles, por las quejas de algún vecino – incluidos los guardias del cuartel – al caerles en las tejas de las casas los chinos disparados con los tirachinas del grupo de turno. El resto de las calles, con las esquinas de testigo, eran los escondites para otros juegos diurnos y nocturnos, bajo el protestar de las niñas, al pasar corriendo por el centro de sus juegos mientras saltaban a la pata coja y cantaban sobre las cuadrículas de tiza pintadas en el suelo terrizo o en las pocas aceras y portales encementados que existían en aquellos entonces. También las molestábamos cuando con sus cantes saltaban la comba …”Al pasar la barca me dijo el barquero: Las niñas bonitas no pagan dinero. Yo no soy bonita ni lo quiero ser. Al pasar la barca de Santa Isabel. Arriba la barca, una, dos y tres.” / “El cochecito leré. Me dijo anoche, leré. Que si quería, leré. Montar en coche, leré. Y yo le dije, leré. Con salero, leré. No quiero coche, leré. Que me mareo, leré. Montando en coche, leré”… y otras canciones de comba más. Es decir que nuestros lugares de juego normalmente era la calle, en la casa estábamos lo imprescindible.
La plaza de Los Naranjos también era nuestro lugar de reuniones y juegos–llamada después Plaza de la Iglesia –; fue nuestro campo de deportes y de pilla-pilla. En los portales de las casas, se relataban y aprendíamos nuevas experiencias y chistes verdes que nos contábamos unos a otros. La calle Real era donde paseábamos con las niñas y los amigos (la calle la recorríamos paseando un sinfín de veces desde lo de Palomo hasta la discoteca del Manco de Elías y viceversa). Los paseos primero, y el ligoteo intocable después; y ya, con la caída de la noche, la calle se convertía en nuestras cacerías nocturnas y el inevitable correteo ante el Municipal o los Guardias Civiles, por las quejas de algún vecino – incluidos los guardias del cuartel – al caerles en las tejas de las casas los chinos disparados con los tirachinas del grupo de turno. El resto de las calles, con las esquinas de testigo, eran los escondites para otros juegos diurnos y nocturnos, bajo el protestar de las niñas, al pasar corriendo por el centro de sus juegos mientras saltaban a la pata coja y cantaban sobre las cuadrículas de tiza pintadas en el suelo terrizo o en las pocas aceras y portales encementados que existían en aquellos entonces. También las molestábamos cuando con sus cantes saltaban la comba …”Al pasar la barca me dijo el barquero: Las niñas bonitas no pagan dinero. Yo no soy bonita ni lo quiero ser. Al pasar la barca de Santa Isabel. Arriba la barca, una, dos y tres.” / “El cochecito leré. Me dijo anoche, leré. Que si quería, leré. Montar en coche, leré. Y yo le dije, leré. Con salero, leré. No quiero coche, leré. Que me mareo, leré. Montando en coche, leré”… y otras canciones de comba más. Es decir que nuestros lugares de juego normalmente era la calle, en la casa estábamos lo imprescindible.
DEL AYER AL HOY: EL MIEDO, LOS SUSTOS, LA CAUTELA
Los medios audiovisuales, consolas, ordenadores y telefonía móvil existentes hoy (que sustituyen al tiempo libre de antaño y de aquellas sanas calles) con películas de guerra, muerte y crueldad; juegos de una violencia sangrienta terrible; páginas donde tras cada frase se encuentra un posible depredador de mentes infantiles y unas comunicaciones visuales y/o auditivas de contenidos imprevisibles con voces enmascaradas de cariño y amistad, junto a una calle peligrosa (especialmente en las grandes ciudades), hacen a los niños aparentemente más vivales, pero también más sedentarios y la picardía es distinta; cambian sin que ellos los sepan, con una realidad aplastante: al “hombre del saco”, al “chupa sangre” al “sacamantecas” y para los más pequeños “al coco” de ayer por un nuevo miedo mucho más sangriento y a veces real escondido en los adelantos de la electrónica (televisión y ordenadores).
Los padres les hacían creer en la existencia de esos personajes, para asustar a unas mentes infantiles más influenciables y menos preparadas que las de los niños de hoy en día cuyos cuidadores optan por una vigilancia, orientación y guía permanente sobre estos medios y los del entorno (a veces sin resultados). Los niños de hoy conocen más la maldad del hombre y la mujer, pero desconocen cual fino es el engaño y la cantidad de caminos que se ha abierto para llegar hasta ellos que se creen seguros tras una pantalla. El peligro siempre ha estado ahí, cualquiera que fuera la época, un peligro cambiante adaptado a los tiempos en que se ha vivido; por eso ayer, se presentaba de una forma más lejana y se prevenía al niño en ese sentido (aún con la ficción). La maldad es igualmente real, antes y ahora, pero ahora con los adelantos de la electrónica, el camino es más cercano e inmanejable, y el niño juega y experimenta inocente e inconscientemente o no con él (es un niño), lo tiene siempre al alcance de sus manos, y los más inocentes - sin saberlo o creerlo- son sus protectores y le damos el peligro en bandeja, por el adelanto y por lo que se lleva; sin pensar mucho en lo que conlleva. Eso en tiempos de paz; sin querer entrar en detalles sobre los tiempos de guerra que lo sobrepasa todo.
No teníamos parque juvenil ni nada que se le pareciera, pero como tal y con más variedad de posibilidades de entretenimiento teníamos a la más deseada higuera de los niños del pueblo, la “hjiguerilla”, la “Higuera de Palomo”. Además la mayoría de los niños de esas edades que lo eran hasta los 17 años inclusive (porque gustaban del juego y jugaban como los niños, con la ventaja de ser jefes de los más menores), en sus tiempos libres, trabajasen o no, fueran escolares o no, conocían y utilizaban ese parque de todos; algunos iban pese a las prohibiciones de sus padres por el peligro que encarnaba la altitud de esa higuera tan famosa. Y otros iban con sus propios padres, de caza o a coger higos.
La “Higuera de Palomo”; que ni siquiera es de Palomo ni nunca lo fue. Tampoco lo era de ningún ave de la familia Columbidae (incluye a las palomas, tórtolas y formas afines) que no gustan de posarse en este tipo de árbol, lo que no quiere decir que no les guste los higos, pero tiran más a frutas del monte. Sus visitantes más buscados, de parecido tamaño eran entonces (1.960-1.975 que es cuando mejor fue conocida por los imberbes de mi especie y generación): los mirlos, los estorninos, arrendajos y oropéndolas; mucha variedad de insectívoros y de pico duro: los traviesos gorriones, el noble pinzón común, el jilguero, el camachuelo y mimetizo verderón; y otros pajarillos inmigrantes, que al igual que pasa con el trigo, todos comen higos y las culpas otra vez al gorrión.
Allí se jugaba a todo: a Tarzán de los monos, a los monos, a saltar, a columpiarse, a correr, a hablar y se hacía deportes de atletismo en barra, cuerdas y no se que más cosas… Era lugar de reunión, de contar historias de amoríos y batallitas, cuentos, chistes y críticas de maestros y maestras, de los novios de éstos y éstas y de los fantasmas que asustaban en la “pasá” de la garganta de Diego Díaz. Pero principalmente era el libre coto de caza de las carabinas de aire comprimido y tirachinas por la abundancia de pájaros y pajarillos de todo tipo. ¡De jóvenes y mayores, no crean ustedes que solo de niños!. Más de un disgusto también dio nuestra queridísima y añorada “Higuera de Palomo”, pues hubo más de uno al que se le rompió la liana y terminó con algún hueso fisurado o salido de su sitio, entre ellos el que suscribe. Fíjense si era famosa y añorada, que hasta había costumbre de hacer las deposiciones desde lo alto, para ver como las heces se estrellaban contra el suelo (¡cónchiles con las finuras: las cagadas, “pa” que nos enteremos “to”!)
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Le fue dado este nombre a la higuera desde que, en sus aledaños (algún metro más arriba del canalillo y una treintena del actual polideportivo – entonces inexistente –) se instaló (en propiedades de su familia) nuestro querido vecino Miguel Palomo, padre de Miguel Palomo Villanueva, que junto a otros conciudadanos, por ese lado, conforma el límite del pueblo urbano. ¡Si!, y me adelanto a lo que piensan algunos de aquellos coetáneos: “efectivamente, ocurría que, escalando por su pared de ladrillos delimitante y protectora de la propiedad, aguantando el perfumen de los cerdos o esquivando a los Palomos y a los Rubios, sin gastarse uno aquellas míseras pero necesarias tres pesetas, o el preciado e inalcanzable “duro”, al amparo de las calurosas y oscuras noches de verano, olvidando a la luna, podíamos gozar de una buena película en blanco y negro (¡Con muchos cortes, lo que había, pero buena película!) de Tarzán de los Monos, con el actor principal del ex-nadador olímpico Johnny Weissmüller, cuyo grito llegaba hasta lo más recóndito de la estación y devolvía el eco; siendo por entonces el alarido más emblemático en la historia del cine. O bien, alguna del Western americano de John Ford, John Wayne, Howard Hawks, William A. Wellman y otros reconocidos actores de prestigio. La trepa de los muros de ladrillo finalizaba con el comienzo del otoño y pasar al cine de invierno. Lo que no terminaba nunca eran los cortes de la película, cuyos diversos descansos duraban los minutos suficientes para volver a unir la cinta, menos el de verdad que duraba sobre un cuarto o media hora. Más que suficiente para echar la meadilla y comprar en el kiosco del zapatero los caramelos y las pipas. Cada vez que veo en la tele los antiguos “Nodos” me vuelven a la cabeza todos aquellos momentos, incluso “los pellizquitos a los culos de las niñas y algunas tortas de éstas en compensación”.
Le fue dado este nombre a la higuera desde que, en sus aledaños (algún metro más arriba del canalillo y una treintena del actual polideportivo – entonces inexistente –) se instaló (en propiedades de su familia) nuestro querido vecino Miguel Palomo, padre de Miguel Palomo Villanueva, que junto a otros conciudadanos, por ese lado, conforma el límite del pueblo urbano. ¡Si!, y me adelanto a lo que piensan algunos de aquellos coetáneos: “efectivamente, ocurría que, escalando por su pared de ladrillos delimitante y protectora de la propiedad, aguantando el perfumen de los cerdos o esquivando a los Palomos y a los Rubios, sin gastarse uno aquellas míseras pero necesarias tres pesetas, o el preciado e inalcanzable “duro”, al amparo de las calurosas y oscuras noches de verano, olvidando a la luna, podíamos gozar de una buena película en blanco y negro (¡Con muchos cortes, lo que había, pero buena película!) de Tarzán de los Monos, con el actor principal del ex-nadador olímpico Johnny Weissmüller, cuyo grito llegaba hasta lo más recóndito de la estación y devolvía el eco; siendo por entonces el alarido más emblemático en la historia del cine. O bien, alguna del Western americano de John Ford, John Wayne, Howard Hawks, William A. Wellman y otros reconocidos actores de prestigio. La trepa de los muros de ladrillo finalizaba con el comienzo del otoño y pasar al cine de invierno. Lo que no terminaba nunca eran los cortes de la película, cuyos diversos descansos duraban los minutos suficientes para volver a unir la cinta, menos el de verdad que duraba sobre un cuarto o media hora. Más que suficiente para echar la meadilla y comprar en el kiosco del zapatero los caramelos y las pipas. Cada vez que veo en la tele los antiguos “Nodos” me vuelven a la cabeza todos aquellos momentos, incluso “los pellizquitos a los culos de las niñas y algunas tortas de éstas en compensación”.
AÑORANZA
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Ahora vemos a dicha higuera como más pequeña, abandonada entre el follaje que la rodea y hace impenetrable el camino que antes nos permitía llegar hasta ella; nos gustaría sentarnos junto a su tronco y dejar vagar la mente hacia la juventud que un día tuvimos, rendirle el homenaje que su acogimiento y esplendor siempre nos brindó. O bien, sencillamente, grabar en nuestro brazo con su sabia de leche aquella cruz que a todos nos hermanaba. Aunque seguro que nos conformaríamos con poder comernos algunos de sus dulces y añorados higos robados al apetecible picoteo de los pájaros. Sin embargo, sujetamos el ansia de la adolescencia que desea ir con ella y sus hermanas, con el objeto de que la maleza que las defiende la siga preservando durante muchos años más del inexperto ecologista en el que hoy se ha convertido el humano sin mamar del campo ni de la acertada razón de los tiempos.
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Ahora vemos a dicha higuera como más pequeña, abandonada entre el follaje que la rodea y hace impenetrable el camino que antes nos permitía llegar hasta ella; nos gustaría sentarnos junto a su tronco y dejar vagar la mente hacia la juventud que un día tuvimos, rendirle el homenaje que su acogimiento y esplendor siempre nos brindó. O bien, sencillamente, grabar en nuestro brazo con su sabia de leche aquella cruz que a todos nos hermanaba. Aunque seguro que nos conformaríamos con poder comernos algunos de sus dulces y añorados higos robados al apetecible picoteo de los pájaros. Sin embargo, sujetamos el ansia de la adolescencia que desea ir con ella y sus hermanas, con el objeto de que la maleza que las defiende la siga preservando durante muchos años más del inexperto ecologista en el que hoy se ha convertido el humano sin mamar del campo ni de la acertada razón de los tiempos.
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Cuando nos fuimos de El Corchado
y llegamos a la ciudad
nos quedamos a vivir
muy cerca de la estación.
Y para la chiquillería
era una distracción
el ir a ver la llegada
lo mismo que la salida
de trenes de viajeros
y los largos de mercancías,
con una máquina o dos en cabeza
y a veces una tercera a la cola.
En tiempo de vacaciones,
a la estación de la Renfe
todo eran idas y venidas.
Y un día un hombre con gorra,
no como la del jefe de estación,
con una gorra azul raída,
quizás a la que por vieja
había abandonó un peón,
el paso nos impedía
diciendo que, para entrar,
billete de andén, había que sacar
y nuestra afición ferroviaria,
hacer puñetas, se fue
ya que ninguno teníamos
ni dos reales para el billete,
ni maqueta del tren Payá.
Comencé a averiguar,
que lo del dichoso billete de andén
¿A quién se le habría ocurrido?
(algún cerebro pensante
como los que ahora tienen
esas grandes superficies)
Que se les ha ocurrido que paguemos
dos céntimos por cada una
de esas bolsas de plásticos,
las de mano, las de transporte
que antes, nos daban gratis
¿Bueno, gratis? No tan gratis,
ya que estaban incluidas
en los precios de los productos
y que ahora nos la cobran
yo pienso que, con beneficios
y encima la publicidad impresa en ellas
también ya les sale gratis.
Referente al dichosito,
llamado billete de andén,
me dijeron que la recaudación
estaba destina a sufragar
algún colegio de huérfanos
de obreros ferroviarios,
si en verdad, a eso iba destinado
poco tengo que añadir.
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28.04,16
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Antonio. - El niño del Corchado-
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