De la misma manera que determinadas dolencias que se resisten a los fármacos requieren las intervenciones quirúrgicas, algunos de los males morales y sociales actuales exigen la mano experta y firme de valerosos cirujanos que, provistos de un bisturí, resanen las zonas afectadas, restituyan el vigor inicial y, si es posible, mejoren el aspecto externo de esta sociedad. A veces, la regeneración ética y la rehabilitación social no se logra si, previamente, no se extrae, aunque sea produciendo algún dolor, una parte del organismo dañado.
Por estas razones, juzgo que sería necesario que -igual que lo acaba de hacer el Papa Francisco con obispos pedófilos o encubridores- los educadores, los creadores de opinión, los artistas, los escritores y los comunicadores -tanto los creyentes como los demás hombres de buena voluntad-, nos decidiéramos a manejar con habilidad el bisturí para extirpar esos tumores tan invasivos como son, por ejemplo, la hambruna del Tercer Mundo, las oleadas de inmigrantes, las guerras y el terrorismo del Oriente Medio, la violencia generalizada, la drogadicción homicida, el consumismo insostenible de nuestro Primer Mundo e, incluso, el demoledor cambio climático que hunde sus raíces, como ha dicho el secretario de Estado del Vaticano, ante la Asamblea de la ONU, en una injusta distribución de bienes.
El cardenal Pietro Parolin no ha dudado en denunciar los alarmantes déficits de "justicia, de respeto y de equidad" que ofenden gravemente a la "dignidad humana" y cuya solución no puede reducirse a un "mero problema técnico". En la actualidad, echamos de menos las voces de los “profetas” que, dotados de valor y de tino, realicen unas intervenciones quirúrgicas que devuelvan el vigor inicial a un organismo social que se deteriora con excesiva velocidad.
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