Los críticos, que consideran que, en Cádiz, estamos en Carnaval durante los doce largos meses del año, se fundan en el talante de gran parte de nuestros conciudadanos, en el “espíritu” con se enfrentan a la vida y en la actitud que adoptan ante el paso del tiempo. Es cierto que los gaditanos poseen un especial sentido del ritmo y de la melodía, y que alardean de una singular habilidad humorística, expresión del distanciamiento con el que encaran los sucesos, y de la desinhibición con la que manifiestan los deseos ocultos, las aspiraciones disimuladas y las ilusiones reprimidas.
Pero este ejercicio de liberación, en el que se suspende la normativa impuesta o aceptada, no debería justificar una permanente actitud de cachondeo, de guasa o de broma ante los serios problemas y enfermedades crónicas que padecemos. El humor puede ser una de las claves válidas para analizar nuestra manera peculiar –escéptica y desengañada- de interpretar las convenciones, las actitudes y los comportamientos sociales durante todo el año, pero a condición de que, además, estemos dispuestos a adoptar una actitud seria, responsable, rigurosa y dialogante para exigir que se adopten medidas adecuadas que resuelvan, de una bendita vez, esos conflictos graves que amargan la vida de muchos de nuestros conciudadanos. Hemos de ser conscientes de que los problemas de la economía, del paro, del aborto, de la delincuencia, de la enseñanza, de la emigración, de la sequía, del alcoholismo, de la droga, de las guerras, de los cataclismos, de los terremotos o de las inundaciones, nos se solucionan con tangos, pasodobles, cuplés o popurrís por muy graciosos o emotivos que sean. Esto –queridos amigos- no es carnaval.
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*** Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático
de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club
de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
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