El amor es una de las experiencias humanas más paradójicas. A pesar de que, por ser, ha sido uno de los objetos de estudio predilectos de todas las ciencias humanas y uno de los asuntos preferidos por todos los lenguajes artísticos. Es un concepto anfibio, fabricado en parte por imágenes creadas por los poetas y, en parte, por abstracciones sutiles elaboradas por los filósofos y por los teólogos. Se ha representado por una imaginería fracturada y heterogénea, y se ha definido por reiterados tópicos que, elaborados desde el comienzo de nuestra civilización, se siguen usando de manera permanente y universal. Sus manifestaciones -construidas a veces mediante una ingenua simplificación- se han cifrado en mitos y en utopías, han sido celebradas, sacralizadas, dramatizadas y, al mismo tiempo, frivolizadas, ridiculizadas, burladas y parodiadas.
En ocasiones, la debilidad, la pobreza o la insignificancia son los estímulos que han inspirado el amor.
Amamos a nuestros hijos o a nuestros padres, no porque sean buenos, simpáticos o agradecidos. El amor, efectivamente, es la única clave inexplicable que es capaz de dotar de sentido al “sinsentido”; es un vínculo paradójico: además de una necesidad, es una obligación y, además de un don, es un buen negocio. Estoy convencido de que es la única flor que no se pudre, la única cosecha que el tiempo no calcina ni los vientos esparcen sus restos por muy sutiles que sean. El amor, cuando es auténtico, es una chispa eterna y un fuego inextinguible que nunca se convierten en cenizas. Quizás el secreto de su supervivencia y de su fecundidad estribe en que más que río caudaloso -más que hinchazón o brillo, más que volcán o rayo- es una corriente subterránea que nutre.
Decálogo____________________________
1. El amor es el impulsor central de la vida personal y la fuente nutricia de la supervivencia colectiva.
2. Su naturaleza íntima y su difícil funcionamiento resultan tan complejos que algunos filósofos y psicólogos lo consideran como un misterio.
3. El amor nos hace fuertes y valientes, y, al mismo tiempo, vulnerables y cobardes.
4. Aunque todos reconocemos que es la clave que interpreta los enigmas humanos y la fórmula que resuelve los problemas de la convivencia, no siempre lo aplicamos con coherencia ni con asiduidad.
5. A pesar de que sabemos que es el capital más rentable, solemos invertir en él nuestros recursos con una asombrosa parquedad.
6. A veces, temiendo que nos ciegue y nos despiste, neutralizamos su posible influencia e, incluso, actuamos en contra de sus dictados.
7. Frente a las explicaciones que lo definen como un mero impulso expansivo, como una fuerza generosa o como una donación gratuita, constituye el procedimiento que más nos enriquece, el que más sufrimientos nos genera y el que más goces nos proporciona.
8. Frecuentemente lo cubrimos de apariencias rígidas y lo disimulamos con máscaras grotescas para evitar que los demás adviertan su poderosa influencia.
9. Por confundirlo con el gusto, con el interés, con el deseo o con la pasión, afirmamos que el amor es ciego, incontrolable y, por lo tanto, imposible de orientar, de frenar o de estimular, pero todos sabemos que algunas personas u objetos son los destinatarios de nuestro amor, aunque no despierten nuestras apetencias o aunque no nos resulten atractivas, agradables ni beneficiosas.
10.- El amor no es un movimiento irracional como los instintos o las querencias de los animales sino una energía vital, mágica y luminosa que podemos orientar racionalmente, guiados por principios ideológicos, aplicando criterios éticos, siguiendo pautas racionales y, en el caso de los creyentes, asimilando las enseñanzas del Evangelio.
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*** José Antonio Hernández Guerrero es catedrático
de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club
de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
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