Justamente en estos momentos de crisis, en los que la situación económica es tan delicada, es cuando los políticos de los diferentes partidos deberían guardar las formas para enfriar el ambiente y para, en la medida de lo posible, evitar que la tensión social se eleve hasta unos niveles difícilmente controlables. Es ahora, cuando tendrían que medir más las palabras y controlar mejor los gestos, si no quieren provocar un incendio que deje este terreno aún más yermo. Nos llama la atención que ni unos ni otros adviertan la amarga desolación que han sembrado al transmitirnos las noticias de esos “inevitables ajustes” que presagian la ralentización o el paro de programas, y que, según las palabras de los mismos dirigentes, generarían cambios cualitativos de todo nuestro entorno que nos sacarían del nuestro proverbial atraso. Unos y otros deberían ser conscientes de que estas cuestiones han de ser tratadas con sumo cuidado para evitar que generen una mayor desafección política.
Es lamentable que no adviertan que, con sus tretas, con su estilo y con sus broncas, salpican todo el entorno de una suciedad que, a la mayoría de los ciudadanos, nos produce náuseas. Si es malo que, con ese estilo áspero y antipático en el que discurren las discusiones tanto los Ayuntamientos, en la Diputación Provincial, en la Junta de Andalucía y en el Parlamento se manchen las páginas de nuestros periódicos, peor aún es que esa atmósfera viciada contagie nuestras calles y logre que los ciudadanos rechacemos aún más a nuestros representantes políticos.
Deberíamos insistir en que, ni siquiera en el Carnaval, podemos traspasar determinadas formas de corrección. Sería saludable que comprendieran con claridad cómo las normas elementales de urbanidad son el resultado de una dura y larga lucha contra el caos y contra la irracionalidad. No estaría de más que, con sus actitudes, nos explicaran que la cortesía es el conjunto de pautas que nos defienden de la arbitrariedad y que, por lo tanto, hace posible la comunicación, la colaboración y la democracia. La educación es esa serie de frenos que impiden que se desborden los caudalosos ríos de nuestras pasiones y de nuestras incontenibles ambiciones. No olvidemos que nuestra natural condición es tan cruel y tan fiera como esos temporales que asolan las tierras menos protegidas.
Es lamentable que no adviertan que, con sus tretas, con su estilo y con sus broncas, salpican todo el entorno de una suciedad que, a la mayoría de los ciudadanos, nos produce náuseas. Si es malo que, con ese estilo áspero y antipático en el que discurren las discusiones tanto los Ayuntamientos, en la Diputación Provincial, en la Junta de Andalucía y en el Parlamento se manchen las páginas de nuestros periódicos, peor aún es que esa atmósfera viciada contagie nuestras calles y logre que los ciudadanos rechacemos aún más a nuestros representantes políticos.
Deberíamos insistir en que, ni siquiera en el Carnaval, podemos traspasar determinadas formas de corrección. Sería saludable que comprendieran con claridad cómo las normas elementales de urbanidad son el resultado de una dura y larga lucha contra el caos y contra la irracionalidad. No estaría de más que, con sus actitudes, nos explicaran que la cortesía es el conjunto de pautas que nos defienden de la arbitrariedad y que, por lo tanto, hace posible la comunicación, la colaboración y la democracia. La educación es esa serie de frenos que impiden que se desborden los caudalosos ríos de nuestras pasiones y de nuestras incontenibles ambiciones. No olvidemos que nuestra natural condición es tan cruel y tan fiera como esos temporales que asolan las tierras menos protegidas.
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*** Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático
de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club
de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
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