M. Peñalver Primer Rector de la UCA |
Me sorprende que, cuanto más se aleja la fecha en la que falleció Mariano Peñalver, más crece la claridad con la que, como ocurre con una montaña, puedo calibrar la altura de su figura humana y la actualidad de los contenidos de su obra filosófica. Cuando ya han trascurrido ocho años de su fallecimiento, sus actitudes, sus gestos, sus conductas y sus palabras adquieren unos significados que, entonces, apenas advertía. Sólo a manera de ejemplo, me permito señalar uno de los temas que constituían el objeto de sus agudos análisis e, incluso, los temas de sus jugosas conversaciones. Me refiero a la necesidad de conectar los hallazgos de las Ciencias Naturales con las investigaciones de las Ciencias Humanas, una cuestión que está íntimamente relacionada con las reflexiones actuales sobre la mente y el cuerpo.
En su análisis sobre los hechos que obligan a la Universidad a someterse a las exigencias de la economía, a las normas administrativas y a las ideas políticas, él señalaba el riesgo de perder la autonomía universitaria y, en vez seguir sus propios modelos, copiar “acríticamente” las categorías de la sociedad a la que, a veces, miramos con disimulada envidia. Denunciaba, además, la frecuente tendencia de limitar los trabajos de investigación a los intereses inmediatos de instancias económicas, sociales o políticas, unos criterios que, como resulta evidente, actualmente, están priorizando los trabajos científico-técnicos sobre los contenidos humanísticos, esas creaciones inmateriales que deberían sostener y alimentar todas las actividades humanas. A nuestro juicio, el hueco que, “progresivamente”, se está abriendo entre las Ciencias de la Naturaleza y las de la Cultura, además de disminuir el atractivo de las ofertas docentes, empobrece la función iluminadora y estimulante que ha de cumplir la Universidad en nuestra sociedad actual.
Por eso me permito insistir una vez más en que el carácter universitario –“universal”- de la investigación, de la docencia y de la divulgación exige que cada una de las disciplinas forme parte de un plan coherente, equilibrado y unitario apoyado en la unidad del ser humano y en su integración física y vital con la naturaleza. Sobre todo en la situación actual en la que se necesita una creciente especialización, todas las asignaturas universitarias son –o deberían ser- inter- y pluridisciplinares. Pero, para evitar que esta interdisciplinaridad sea sólo una declaración voluntariosa plasmada en los planes de estudio, es necesario –urgente- que se abran unos cauces permanentes de intercomunicación que hagan posible un diálogo fluido entre los profesores de Ciencias y los de Letras. Por eso me permito sugerir que se organicen foros de debates sobre temas de actualidad en los que los diferentes especialistas, además los examinar los problemas más graves desde sus propias perspectivas, formulen sus diagnósticos globales y presenten sus propuestas conjuntas.
Por estas mismas razones deberíamos poner freno a esas divisiones y subdivisiones de asignaturas –a esa fragmentación individualista- que, en algunos casos, no responden a criterios científicos o pedagógicos sino que son las consecuencias de las luchas que se libran en los departamentos y en las áreas de conocimiento, con el fin de lograr o de mantener parcelitas de poder. Sólo a manera de ejemplo, me permito señalar cómo los análisis químicos, físicos y biológicos están o han de estar íntimamente relacionados, condicionados y, a veces, determinados por el pensamiento filosófico y por los principios éticos. Tan cierto es que la Medicina actual exige conocimientos actualizados de Física, de Química, de Biología y de Informática, como que no se puede ejercer adecuadamente desconociendo las destrezas y las técnicas de la Comunicación Humana. En resumen, me atrevo a afirmar que los laboratorios han de estar muy próximos a las bibliotecas y que la colaboración recíproca entre las ciencias naturales y las humanas puede ser productiva, siempre que respetemos las respectivas competencias de cada disciplina y a condición de que establezcamos una convergencia entre los estudios de la mente, del lenguaje y del cerebro: del cuerpo y del espíritu.
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José Antonio Hernández Guerrero es catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
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