"Perfil humano de una de las "paisanas" nuestras que más me han impresionado por su extraordinaria calidad".
José A. Hernández Guerrero.
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Impulsada por una profunda devoción familiar, María, una mujer entregada a su familia, mantiene unas insaciables ganas de vivir y unos deseos irreprimibles de disfrutar recordando episodios pasados y soñando con ese tiempo nuevo que, en compañía de sus hijos y de sus nietos aún le queda por vivir.
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María es una de esas personas excepcionales que, sin necesidad de pronunciar palabras, nos transmite unos orientadores y estimulantes mensajes sobre los valores más importantes de la vida humana. Silenciosa, paciente y esperanzada, posee una inextinguible capacidad para escuchar, para comprender y para acompañar. Es una mujer buena que, con su presencia, ha creado un confortable y cálido hogar en el que los hijos, respirando una atmósfera de respeto, de libertad y de cariño, han crecido, han madurado y están generando abundantes cosechas de bienestar. Ella, con sus actitudes nobles y con su innata sencillez les ha enseñado que, igual que ocurre con los árboles, la vida humana se mide por la riqueza de sus frutos, por la calidad de esas virtudes que nos sirven para sentirnos bien con nosotros mismos y con los demás seres que nos rodean.
Lo primero que más me ha sorprendido de esta señora es su amplia capacidad para, al mismo tiempo, estar pendiente de las múltiples -y, en apariencias, de las opuestas- ocupaciones, como, por ejemplo, las labores domésticas y las diferentes tareas de sus hijos. María es, además, una mujer que ha decidido ocupar un discreto lugar y que no comprende a aquellos que gastan el tiempo, las energías e, incluso, el dinero, para satisfacer unas ansias irreprimibles de reconocimiento y unas insaciables necesidades de honras y de honores: ella prefiere saborear los alicientes de las experiencias íntimas y concentrarse en las tareas interiores de su espíritu, en los quehaceres familiares y en las faenas de su hogar. Modesta, paciente, abnegada y fiel aliada de las oportunidades diversas que le proporciona cada tiempo, es consciente de que, con su vida -con su naturalidad y con su laboriosidad-, prolonga las existencias de los miembros de su familia y continúa la historia de sus mayores. Impulsada, sobre todo, por una profunda devoción familiar, está permanentemente ilusionada y manifiesta unas insaciables ganas de vivir, unos deseos irreprimibles de disfrutar recordando episodios pasados y soñando con ese tiempo nuevo que, en compañía de sus hijos y de sus nietos aún le queda por vivir.
Dotada de una mirada amable, ella descubre ese algo peculiar y bello que todos los seres encierran: es una mujer admirable porque es admiradora, porque, atenta y equilibrada, a pesar de los años que ya ha vivido, posee un alma joven y sensible, capaz de penetrar en el fondo de las cosas y de descubrir sus misteriosos significados. En mi opinión, la clave de su serenidad estriba en su destreza para ver las cosas como recién estrenadas, como estimulantes invitaciones para que aprovechemos las múltiples oportunidades que la vida nos procura, para que disfrutemos de los momentos de bienestar que, aunque sean esencialmente efímeros, podemos lograr que sean intensos y profundos. Yo estoy de acuerdo con ella en que una palabra amable, una sonrisa complaciente, un día de sol o una conversación distendida son los mejores regalos.
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*** Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático
de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club
de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista. Fue el Padre Hernández" en su juventud, el primer cura de San Pablo de Buceite.
1 comentario:
como muchas mujeres y con menos recursos que ella
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