Leído en el blog de Xavier Sala-i-Martín. Por su interés lo reproducimos.
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A ver. Pensemos. Si el peor enemigo de un país diseñara un plan para destruir su economía, ¿qué haría? Supongo que intentaría destruir sus instituciones más importantes para sembrar la desconfianza entre los ciudadanos. De esta manera, éstos dejarían de consumir e invertir y la economía entraría en proceso de depresión profunda.
La estrategia podría empezar por desprestigiar a la primera autoridad del país (sea rey o presidente de la república) llevándole a cazar elefantes con una señorita alemana mientras su esposa se dedica a buscar huevos de pascua en Grecia. En medio de la cacería le obligaría a resbalar y a romperse la cadera para que tuviera que volver con urgencia a su país y así todo el mundo se enteraría de cómo se gasta decenas de miles de euros en un momento sus conciudadanos se hunden en la miseria. Eso, además de convertirle en la mofa de todos los programas cómicos de televisión y de radio, empezaría a sembrar dudas sobre la conveniencia de tener ese tipo de jefe del estado. Muchos pensarían en la abdicación.
Luego pondría a un gobierno sin la menor idea de cómo solucionar los problemas económicos de su país. Y lo haría por dos legislaturas seguidas y pertenecientes a dos partidos distintos. Eso demostraría que la incompetencia de la clase política en su globalidad. Los sucesivos gobiernos negarían las crisis económicas, le darían las culpas a los extranjeros malignos y, en lugar de anunciar un plan de acción que diera confianza a los ciudadanos sobre su capacidad de sacarles del atolladero y que marcara un rumbo claro y una estrategia sensata, anunciaría reformas semanales sin una coherencia de conjunto. Incluso se podría anunciar, sin que a nadie se le escape la risa, que se va a luchar contra la evasión fiscal en la misma rueda de prensa en la que se anuncia una amnistía fiscal para los evasores a gran escala. Ah! Y sería importante violar constantemente las promesas electorales que le llevaron al gobierno. Para destrozar el país, la gente tiene que perder la confianza en la democracia y en los políticos y la mejor manera de conseguirlo es el incumplimiento sistemático y patológico de todas las promesas electorales.
A continuación exigiría que todos los partidos del parlamento siguieran una regla simple: "vota siempre lo contrario de tu adversario incluso cuando tu adversario tiene razón o propone lo mismo que proponías tu en la anterior legislatura cuando los papeles de gobierno y oposición estaban cambiados". Es crucial que la ciudadanía pierda la confianza en la posibilidad de que los que mandan tienen algún tipo de principio que no sea "mantenerse en el poder y destruir al adversario a toda costa".
Seguiría por poner en cuestión a los más altos órganos del poder judicial. Suspendería de su puesto por espionaje al juez más mediático del país evidenciando la relación entre jueces e ideologías políticas. Y acto seguido, haría que el presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial se gastara dinero público para financiar sus vacaciones privadas justo en el momento en que alcaldes, presidentes de comunidades, presidentes del parlamento y altos cargos de todas las administraciones del estado están siendo juzgados por corrupción, precisamente por esos tribunales.
Una vez desacreditado el jefe del estado, las altas esferas de la política y la justicia, iría a por las élites económicas. En este sentido, lanzaría un ataque contra uno de los empresarios más prestigiosos del país, posiblemente un banquero, y después de descubrirle cuentas de miles de millones de euros en paraísos fiscales, no le castigaría públicamente. Es más, haría que el gobierno indultara a uno de sus altos ejecutivos de unos cargos de los que había sido condenado en sentencia firme. Eso demostraría a todos los ciudadanos cazados y castigados por evadir unos cuantos euros de IVA cuando contrataron al fontanero para que arreglara sus cañerías, de que en este país todavía hay clases.
El siguiente paso consistiría en meter decenas de miles de euros de dinero público para evitar la quiebra de unos bancos y cajas que gestionaron pésimamente una burbuja inmobiliaria, justo en el momento en que pidiera sacrificios de miles de millones de euros a los ciudadanos. Es esencial que la gente confunda mercado con amiguismo a la hora de sembrar la desconfianza en las instituciones económicas.
Sin abandonar el terreno económico, pondría a un secretario de estado del partido del gobierno a controlar el Banco Central. Hay que demostrar que la entidad supervisora independiente es, en realidad, dependiente de los partidos políticos. Es más, obligaría al gobernador del Banco Central a hacer un tour por el mundo donde sacaría pecho y explicaría que el sistema financiero de ese país es el más robusto del mundo. Una vez hecho el bocazas, le obligaría a quedarse en su puesto para que asistiera a la descomposición en cámara lenta de ese mismo sistema.
Tampoco pasaría por alto la oportunidad de obligar a la Comisión Nacional del Mercado de Valores a colaborar con el Banco Central para impedir que se publicaran las cuentas de una de los mayores Bankios del país, cosa que hubiera impedido que miles de ahorradores perdieran su dinero comprando acciones y preferentes de un animal que hace tiempo que está muerto por culpa de su mala gestión. Hay que conseguir que los ciudadanos de a pie pierdan sus ahorros si se quiere hundir al país y no hay que dejar pasar la oportunidad de que las entidades supervisoras que en teoría los protegen como el Banco Central y la CNMV, contribuyan a arruinarlos.
Y finalmente, impediría a toda costa que el capitán del navío saliera en la televisión, en horario prime time, a explicar a sus ciudadanos qué está pasando. Impediría que explicara por qué todas las instituciones del país se están deteriorando. Impediría que convenciera a los ciudadanos que los sacrificios que se están haciendo van a tener su recompensa. Impediría que animara a los que lo pasan mal y que diera confianza sobre el futuro de todos. Impediría que hiciera público su plan y el de sus socios europeos sobre cómo van a sacar al país del borde del abismo. Eso sería la puya definitiva: no hay nada que provoque más pánico a los pacientes que el silencio de los malos médicos. El doctor que crea confianza no es el que se esconde y calla sino el que sale a la palestra y, tras explicar claramente el diagnóstico, le revela al paciente la solución.
¡Si! Ese sería el plan que diseñaría el peor enemigo de uno. Curiosamente, y sin que tenga nada que ver, mientras escribía esta nota me ha venido a la mente un país aleatorio: España. Y releyendo la nota, creo que debo llegar a la siguiente conclusión: el peor enemigo de España... es España.
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