Aprovechando la oportunidad de estas fechas navideñas, me permitoexpresaros -queridos amigos- mis sinceros deseos de que las disfrutéisintensamente con todos y en todos los sentidos. Parto del supuesto de que, apesar de -o, quizás, gracias a- la actual crisis económica y gracias a las lecciones que nos dicta nuestra experiencia cotidiana, deberíamos adoptar la firme decisión de disfrutar intensamente de esa abundante serie de variados momentos de gozo que, de manera continua, nos proporciona la vida de cada día. Es sabido que, en contra de los dictados de la machacona publicidad, no son necesarios grandes dispendios para aprovechar esos ratos placenteros que,aunque sean breves, jalonan cada una de nuestras jornadas.
A pesar de que aún quedan resabios de aquella convicción que –quizás empujados por la buena voluntad- nos inculcaron nuestros educadores, poco apoco vamos descubriendo los saludables beneficios que, tanto para el cuerpo como para el espíritu, nos proporcionan los placeres que alegran nuestroscuerpos y serenan nuestros espíritus. De manera lenta pero imparable se va debilitando aquella sensación amarga –aquella mala conciencia- que, en nuestra juventud, nos quedaba tras las experiencias placenteras. Sin necesidad de acudir a teorías filosóficas ni a explicaciones psicológicas, felizmente hemos llegado a la conclusión de que disfrutar con la vista, con el oído, con elolfato, con el gusto y con el tacto no sólo no nos hace daño sino que, si lohacemos de forma razonable y controlada, fortalece el organismo y sana lamente.
Pero es que, además, disponemos de una amplia serie de placeres intensos que, hábilmente administrados, constituyen el bienestar, el capital humano máseconómico y más rentable. Nos llama la atención, sin embargo, lo escasamenteque valoramos estos deleites tan baratos como, por ejemplo, una conversación distendida, la cabezada detrás del almuerzo, el desayuno con churros en la cama, la relectura pausada de aquel libro que leímos de pequeños, la contemplaciónde nuestras puestas de sol, la repetición de algunos de los juegos quehacíamos cuando éramos –más- pequeños, la presión del dedo de un bebé, la preparación detallada deun viaje, o que alguien nos diga muy, muy bajito al oído “te quiero”. Y es que, en resumen, lo que más nos gratifica es sentirnos bien con nosotros mismos–con lo que fuimos, con lo que somos y con lo que seremos- y advertir que alguien nos acepta y nos quiere. Felicidades.
Pero es que, además, disponemos de una amplia serie de placeres intensos que, hábilmente administrados, constituyen el bienestar, el capital humano máseconómico y más rentable. Nos llama la atención, sin embargo, lo escasamenteque valoramos estos deleites tan baratos como, por ejemplo, una conversación distendida, la cabezada detrás del almuerzo, el desayuno con churros en la cama, la relectura pausada de aquel libro que leímos de pequeños, la contemplaciónde nuestras puestas de sol, la repetición de algunos de los juegos quehacíamos cuando éramos –más- pequeños, la presión del dedo de un bebé, la preparación detallada deun viaje, o que alguien nos diga muy, muy bajito al oído “te quiero”. Y es que, en resumen, lo que más nos gratifica es sentirnos bien con nosotros mismos–con lo que fuimos, con lo que somos y con lo que seremos- y advertir que alguien nos acepta y nos quiere. Felicidades.
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*** Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático
de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club
de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista
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