Por José Antonio Hernández Guerrero.
María Enriqueta Mauriz Sernández
Profesora
Confieso que, en esta ocasión, me resulta especialmente laborioso reducir a unas escuetas líneas el denso perfil humano de Kety, una mujer de intensa y de rica vida, que está dotada de una singular capacidad para interpretar, para generar y para repartir vida. Con su mirada aguda, con sus gestos sobrios y con sus comportamientos generosos, constituye un permanente estímulo para que todos los que la conocemos sigamos creciendo humanamente y para que cultivemos, con esmero y con tenacidad, la vida interior. Y es que esta mujer sensible, responsable y activa, posee un intenso poder de interiorización y, en consecuencia, una ilimitada fuerza comunicativa. No es extraño, por lo tanto, que, con exquisita sutileza, logre contagiarnos con sus ideas, con sus valores y sus gustos.
Lo primero que advertimos al acercarnos a Kety es su irreprimible vitalismo y su expansivo deseo de crecer. Esta cualidad constituye un mensaje claro que, de forma directa, nos transmite con todos sus sentidos, y que nos explica elocuentemente su habilidad para vivir. Intrépida, constante y libre, es una mujer de raza que no duda en recorrer todos los caminos para alcanzar las metas con las que ha soñado desde su adolescencia. Por eso se ha impuesto la obligación de luchar por lograr la felicidad posible y el bienestar compartido con su familia, con sus amigos y con sus alumnos. Uno de los rasgos que más me llaman la atención es la sorprendente fuerza con la que logra transformar la realidad más inmediata. Todos hemos podido comprobar cómo, con serenidad, ha sabido cuestionar algunas convicciones anacrónicas y ha logrado superar algunas de las circunstancias adversas que, como mortales, todos hemos de vivir. Pero lo que más me sorprende es esa capacidad renovada para disfrutar del momento presente y para soñar con el tiempo nuevo que, en compañía de su marido, de sus hijos y de sus nietos, le resta por vivir: fuerza y espíritu le sobran para surcar la larga travesía que todos juntos van a recorrer. Ésta es la razón por la que le resulta difícil comprender a las gentes que, abandonándose a las bagatelas de la comodidad, renuncian a luchar para crear unas circunstancias más humanas que les permitan vivir el amor y la amistad con una mayor libertad y dignidad. Cuando la tratamos de cerca y nos fijamos en su mirada limpia y directa, nos resulta un ser paciente, amable y tierno, que siembra amor, que cultiva la amistad y que mide sus gestos con primor. Mujer cálida, emocional, inquieta, sensata y madura -que sueña con los ojos abiertos y con los pies en tierra, y que apuesta decididamente por la vida. A veces, recibimos la impresión de que, en su búsqueda de perfección, disfruta y aprovecha las ventajas y los alicientes de los tiempos actuales con mayor entusiasmo y rentabilidad que sus hijos y sus nietos.
Su testimonio, arropado de amor a esta tierra, constituye un permanente reto para todos los nostálgicos que, aburridos y miedosos, lloran un pasado que, definitivamente, es ya historia. Su paso decidido y su manera resuelta y práctica de actuar en contra de las reticencias de los más abúlicos, nos transmiten mensajes claros de esperanza, y es que, Kety ha decidido vivir plenamente, aprovechando todas las posibilidades que le brindan estos tiempos.
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