Por José Antonio Hernández Guerrero .
El origen de la palabra “compañero” -que quiere decir “el que comparte con otros su pan”- nos descubre el rico contenido de su significado esencial: “acompañar” es adoptar la decisión de comunicar los bienes como expresión de una voluntad de comunión de vida; es un gesto de colaboración como manifestación de generosidad; es una prueba de desprendimiento como testimonio de confianza; es un comportamiento humano cuyos motores son el amor y la aspiración a la solidaridad: las dos energías benefactoras que disuelven los espejismos del egoísmo, esa entidad psíquica enemiga de todos los valores humanos.
La palabra "compañero" está atestiguada en castellano, según Corominas, desde el año 1081. Es un derivado de “compaña” (forma antigua de “compañía”), derivada de la forma *compania que está formada por la preposición cum (‘con’) y el sustantivo pan, panis (‘pan’). Una “compañía”, por lo tanto, es un conjunto de personas que comparten el mismo pan, es decir, que hacen vida común, que conviven, que dialogan, que se comunican y que colaboran porque participan y comparten un mismo proyecto.
En Roma, donde la institución del ejército era una prolongación de la vida civil, que no estaba hecha de individuos sino de grupos (tribus, curias y gentes), los compañeros de armas (commilitones) eran “compañeros” fijos y “comensales” también en la vida civil. El hecho de que se haya tomado el pan, el alimento básico, como el principal referente de la alimentación (recordemos el panem et circenses) es tan comprensible como el empleo de la sal como la principal expresión de la abundancia o del lujo; recuerden que, de este nombre, procede la palabra “salario”, la paga con la que se abonaban los trabajos y, en especial, los servicios en el ejército. Muchos autores defienden que el término “compañero” -que hacía referencia tanto a la compañía como al pan- se fraguaría en el ejército. Fíjense cómo también se llama “compañía” una determinada agrupación del ejército desde hace muchos siglos. San Ignacio de Loyola, capitán del ejército español, al fundar su orden religiosa, pensó en la estructura militar; por eso le dio el nombre de Compañía de Jesús.
En el contexto iniciático, “compartir el pan” es dar lo mejor de uno mismo, no sólo el alimento material, sino, sobre todo, el alimento sutil y espiritual que sustenta y propicia el crecimiento del interior. Luego, el término se ha impuesto en el mundo de la empresa. Los anglosajones prefieren llamar “compañías” a las empresas.
También en el ámbito de la política se ha usado profusamente el término “compañero” junto al más difundido de “camarada”. En la escuela, aunque se emplea el término “compañero” para designar a los que asisten a una misma clase, para llamarse entre sí, los jóvenes prefieren las denominaciones de “quillo” y “quilla”, tío y tía, chaval y chavala o, incluso, “chavea”. Cada vez es más frecuente el uso de la palabra "compañero" o "compañera" para designar al “esposo” o a la “esposa”, al “novio” o a la “novia”, a los miembros de las “parejas de hecho” e, incluso a los "amantes".
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***Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
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