Por José Antonio Hernández Guerrero
La palabra “mayo”, con la que designamos el quinto mes del año, deriva directamente del latín “maius” e, indirectamente, del sánscrito “maya”, que significa ilusión. Se llama así, según algunos escritores, porque era el mes dedicado a Maia, diosa griega, hija de Jano, mujer de Vulcano y madre de Mercurio; pero, según otros autores, esta derivación carece de fundamento ya que los romanos le daban tal nombre antes de que conocieran la Mitología griega. Estos autores prefieren hacerlo derivar de “maiorum”, porque era el mes que estaba consagrado a los ancianos, a los senadores. Recordemos que el Senado estaba constituido por los “senes”, los mayores.
En Roma, mayo era el mes colocado bajo la protección de Augusto en el que celebraban las fiestas denominadas Lemulares. Según cuentan las crónicas, eran unas solemnidades instituidas por Rómulo para paliar los remordimientos que experimentaba desde el fratricidio de Remo: para liberarse de los fantasmas que lo atormentaban y de los espectros que lo perseguían.
También era el mes dedicado a los Juegos Florales, unas celebraciones en honor a Acca Laurentia, una generosa dama que, adoptando el nombre de Flora, había legado una inmensa fortuna al pueblo romano. Eran fiestas “licenciosas y libertinas”; se iniciaron el año 241 antes de Cristo, duraban seis días y se financiaban también con el producto de las multas impuestas a los ciudadanos corruptos que se habían apropiado de los bienes de la República. Los romanos representaban gráficamente este mes mediante la figura de un hombre de edad mediana, vestido con larga túnica, portando una cesta de flores y con un pavo real a sus pies.
Posteriormente, ya en la Edad Media, en la Provenza francesa -Tolosa, 1334-, se iniciaron los Juegos Florales tal como los hemos conocido nosotros; eran unos certámenes literarios en los que se premiaban los mejores poemas con flores y, a veces, con joyas: dos objetos que, por su colorido y por su valor, a lo largo de toda la tradición, han constituido soportes materiales cargados de múltiples simbolismos.
El mes de Mayo, sobre todo en los pueblos mediterráneos, ha sido, por excelencia, el tiempo de las fiestas. En la mayoría de las poblaciones se celebran las ferias locales que, en sus orígenes, tenían un carácter comercial. En el siglo XIX, en alusión a la abundancia de festejos populares en cuyos programas se incluían las procesiones de las respectivas patronas, se repetía con mucha frecuencia un refrán cuyo significado se nos escapa en la actualidad: “Mayo mangonero, por la rueca en el humero”. Conviene explicar que “mangonero” se refiere a la abundante cantidad de mangas: ese adorno de tela que reviste el cilindro acabado en cono, que cubre parte de la vara de la cruz parroquial con la que se iniciaba el cortejo. Recordemos que, en la Iglesia Católica, éste es el mes mariano por excelencia: con la designación de “Mes de Mayo” se hace referencia a los ritos, a las preces y a los cánticos –“Venid y vamos todos...”- que, ante su altar cargado de flores, se entonan en honor a la Virgen María.
1 comentario:
Recientemente me encontré con tu blog y he estado leyendo a lo largo. Yo pensaba que iba a dejar mi primer comentario. No sé qué decir, excepto que he disfrutado de la lectura. blog de Niza.
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