Como todos sabemos, el verbo contar lo llenamos de diferentes significados cuando nos referimos a los números y cuando lo empleamos para narrar un episodio o para proporcionar una explicación. Tras contar las papeletas de las elecciones municipales y autonómicas del domingo pasado, los partidos que han obtenido peores resultados de los que esperaban han justificado el descenso de apoyo de los ciudadanos esgrimiendo el repetido argumento de que los votantes no hemos comprendido sus mensajes porque ellos no han sabido contar las excelencias de sus propuestas electorales. Esta ingenua justificación pone al descubierto la voluntad de negarse a efectuar una saludable autocrítica y, en consecuencia, a asumir el riesgo de que sigan repitiendo los errores.
A mi juicio, este análisis tan superficial olvida que las explicaciones más claras y más contundentes de las decisiones políticas las proporcionan, más que las palabras, las consecuencias reales de las actitudes y de los comportamientos. A los que no encuentran o pierden el trabajo, a los que les suben le precio de los alimentos, a los que le bajan el sueldo o a los que les congelan la pensión, cuanto más claras y detalladas sean las explicaciones y más bonitas las palabras con las que tratan de justificarlas, mayor es el rechazo que les provocan, sobre todo cuando advierten que alrededor de esos elocuentes líderes pululan por todos lados los listos que se aprovechan de esta situación. Explicar bien un problema no consiste en hacernos creer que lo negro es blanco o que el culpable de un fracaso es siempre el adversario.
Si repasamos con atención las exasperadas alocuciones que los líderes políticos que nos han repetido en los mítines y en los medios de comunicación, llegamos a la conclusión de que, más que explicar soluciones y en vez de mostrarnos las razones en las que fundamentan sus decisiones políticas, se empeñan en desacreditar a los que no comparten sus propuestas y a insultarlos con injurias carentes de ingenio y de sutileza. Por mucho que sus aparatos destinados a producir y a disolver la realidad quieran convencernos mediante recursos dialécticos, la realidad y la verdad se imponen por sí mismas. Podemos cerrar los ojos ante los objetos físicos y ante los sucesos reales: podemos ignorarlos, olvidarlos e, incluso, negarlos; pero, con nuestras palabras, no podemos hacerlos desaparecer como si no hubieran existido. La realidad es tozuda, irrenunciable y, si le somos infieles, las consecuencias son graves.
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***Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
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***Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
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