viernes, 13 de mayo de 2011

"El poder de los libros", por José Antonio Hernández Guerrero

¿Saben por qué los libros asustan tanto a los poderosos y por qué, en ocasiones, les declaran la guerra? Porque son herramientas que, libremente, distribuyen entre los lectores los poderes más efectivos, porque nos iluminan con la invencible fuerza de nuestros recuerdos, porque elevan la irreprimible potencia de nuestros deseos, porque aumentan nuestra estatura humana y, sobre todo, porque desacralizan el engañoso resplandor de sus confortables poltronas.
Los poderosos saben que los libros nos proporcionan la capacidad para vivir de una manera más intensa la vida presente recuperando el pasado y adelantándonos el futuro. Jorge Luis Borges, al que se ha dedicado la presente Feria del Libro, lo explica con claridad cuando afirma que "de los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo... Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria".
Uno de los argumentos más convincentes para demostrar el extraordinario poder de los libros consiste en recordar la frecuencia con las que los poderes políticos y religiosos no sólo han prohibido su lectura sino que han practicado el cruel rito de quemarlos y la brutal faena de destruir bibliotecas. Desde el año 212 antes de Cristo, en el que Qin Shi Huang dio la orden de que se eliminaran los libros y se asesinaran a los académicos que no le obedecieran, pasando por aquella “Hoguera de las vanidades” en la que, por decisión de Savoranola, a finales del siglo XV, se incendiaron en Florencia numerosas obras literarias y artísticas, son incontables los ejemplos de las prohibiciones de lectura que se han producido en nuestro mundo autocalificado de civilizado.
Es normal que los poderosos –que en el fondo de sus entrañas están convencidos de la inconsistencia de sus privilegios- recelen de los libros que, a pesar de ellos, siguen manteniendo ese valor añadido que les confiere un indudable prestigio, esa “auctoritas” que etimológicamente está relacionada con la palabra “autor”. Y es que las palabras impresas proporcionan, no sólo una mayor estabilidad y una singular fuerza magisterial, sino que también añaden un especial atractivo estético a las ideas. Como indica George Stainer, las palabras escritas ligan al autor y al lector de una manera intensa, ya que, debido a su prestigio, ejercen una notable influencia en las ideas y en las emociones, en esas fuerzas que cambian las actitudes y los comportamientos sociales, religiosos y políticos.
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***Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.

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