Por José Antonio Hernández Guerrero
Marzo, era el primer mes del año romano en el calendario de Rómulo, el segundo en el de Numa Pompilio y el tercero en el de San Gregorio. Este mes en el que, como es sabido, termina el invierno y comienza la primavera para los habitantes del hemisferio boreal y el otoño para los del austral, es el tiempo de la resurrección: es la época en la que se desperezan los seres aletargados de la naturaleza, se reavivan las fuerzas físicas, reviven las energías psicológicas, renacen las ilusiones y resurgen las esperanzas de vivir.
Según afirmaban los libros escolares de nuestro tiempo, en este mes se reanudan las faenas agrícolas que estaban suspendidas durante la época hibernal en la mayor parte del territorio peninsular. Tradicionalmente –sobre todo en los terrenos de secano- en este período se acostumbraba a sembrar las habas, el lino tardío, los trigos y los centenos de primavera, las zanahorias, las avenas, las algarrobas, las lentejas y los guisantes; florecen al aire libre los almendros, los albaricoqueros, los sauces, los álamos, los tulipanes y las anémonas.
Su nombre proviene de “martius mensis” -el mes de Martes, el dios de la guerra- que era la divinidad a la que Rómulo lo había consagrado. Estaba simbolizado por un hombre vestido con piel de loba, aludiendo a la que se creyó que había amamantado a Rómulo y a Remo, los legendarios fundadores de Roma. Abrían el mes las Matronales, las fiestas de los casados, en memoria de la reconciliación de los romanos y de los sabinos, después del rapto de las mujeres de este pueblo por Rómulo y por sus compañeros. Los solteros no tomaban parte en las fiestas. En este mes también se celebraban las Liberales o fiestas a Baco, las de Minerva y las Hilarias en obsequio de Cibeles. En la Edad Media fue también el primer mes del año en diferentes países. En los siglos VIII y IX, se designa así en las actas de los Concilios.
Marte -llamado Ares en griego-, hijo de Júpiter y de Juno, era uno de los doce antiguos dioses y desempeñó un importante papel en las leyendas heroicas. Su nombre –que también designa al planeta más próximo a la Tierra- era sinónimo de intrepidez belicosa, de temeridad ciega y de valor osado. Era el prototipo del héroe guerrero de las tradiciones épicas que, iniciada la pelea, no obedecía más que a la brutalidad de su instinto y a su furor sanguinario: amaba el combate por el combate mismo y se dejaba seducir por la idea perversa de herir y por el deseo insano de matar. La poesía épica lo representa como el terror de los carros de guerra cuando combatía a pie, y celebra la rapidez sin igual de sus corceles de oro que tiraban de su carro.
Los pobladores de Italia veneraban a Marte -junto a Júpiter, el dios itálico por excelencia- como el padre de Rómulo, el fundador de la nación, y lo consideraban como el dios de la fuerza viril, de la inspiración guerrera que conduce a la victoria y, también, como la divinidad del cultivo, del laboreo del campo y de la fecundación.
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***Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
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