Por muy escasa que sea la atención que prestemos a los comportamientos sociales, nos resulta evidente que, en la actualidad, la virtud de la fidelidad está perdiendo la elevada cotización que, a lo largo de nuestra tradición occidental, poseía. Podemos incluso afirmar que, en algunos ambientes, es considerada como un comportamiento infantil, sospechoso y dañino. Este menosprecio quizás se deba, en parte, al hecho de que la civilización industrial nos ha acostumbrado a cambiar continuamente de palabras, de vestidos, de electrodomésticos e, incluso, del lugar de vacaciones.
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Es posible también que algunos de los recelos que esta actitud genera estén determinados por una incorrecta interpretación o por una inadecuada aplicación. Me refiero a los que piensan que ser fiel equivale a renunciar a la libertad o a cerrarse a la búsqueda de un futuro mejor. Todos conocemos a personas que están convencidas de que la mejor –o la única- manera de ser fieles es repetir mecánicamente el pasado sin preocuparse de promover un futuro mejor: veneran la estabilidad y miran con suspicacia los cambios. Otros por el contrario, consideran que, para ser fieles consigo mismo, han de evitar los lazos que les unan a convicciones, a costumbres o a instituciones. Lo peor de estas actitudes es, a mi juicio, cuando la infidelidad se refiere a los seres humanos ya que, en el fondo, la fidelidad consiste en la vinculación con esas personas a las que, con independencia de las circunstancias, respetamos y queremos. Ésta es, paradójicamente, la mejor manera de ser fieles a sí mismo.
En mi opinión, la fidelidad humana debería consistir en realizar libremente el propio proyecto a través de los comportamientos coherentes, cada vez más libres y más entregados a un amor que se alimente de comprensión, de confianza y de gratitud. No podemos olvidar que el crecimiento de los seres humanos se logra mediante la armónica y la equilibrada conjunción de la continuidad y del cambio. Como me indica mi amigo Pepe Evaristo, incluso en el desarrollo orgánico los seres humanos, cambiamos de manera permanente pero seguimos conservando nuestras señas de identidad. Por eso podríamos afirmar que la fidelidad es creativa, progresiva y gratificante para la persona fiel, mientras que la infidelidad nos rompe por dentro y nos deja unas heridas que difícilmente cicatrizan. Sastre en Las mouches compara los remordimientos de su personaje infiel a un enjambre de moscas que le acosan sin cesar, pero que, sin embargo, no le queda más remedio que acostumbrarse.
.---*** Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, profesor de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
En mi opinión, la fidelidad humana debería consistir en realizar libremente el propio proyecto a través de los comportamientos coherentes, cada vez más libres y más entregados a un amor que se alimente de comprensión, de confianza y de gratitud. No podemos olvidar que el crecimiento de los seres humanos se logra mediante la armónica y la equilibrada conjunción de la continuidad y del cambio. Como me indica mi amigo Pepe Evaristo, incluso en el desarrollo orgánico los seres humanos, cambiamos de manera permanente pero seguimos conservando nuestras señas de identidad. Por eso podríamos afirmar que la fidelidad es creativa, progresiva y gratificante para la persona fiel, mientras que la infidelidad nos rompe por dentro y nos deja unas heridas que difícilmente cicatrizan. Sastre en Las mouches compara los remordimientos de su personaje infiel a un enjambre de moscas que le acosan sin cesar, pero que, sin embargo, no le queda más remedio que acostumbrarse.
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