viernes, 23 de abril de 2021

"Eukleides y la felicidad", por Manuel Mata

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EUKLEIDES Y LA FELICIDAD

 “La razón de la felicidad es vivir el presente”  (Lao Tzu)

Parte I.-

Cuando Eukleides Savidopoulus cumplió diez años hizo por ingresar en la Escuela Peripatos que dirigía el maestro Aristóteles.

Eran los tiempos del físico Estratón, que trabajó en el modelo heliocéntrico del sistema solar, del astrónomo Aristarco de Samos que descubrió la otra cara de la Luna, del geógrafo Eratóstenes de Cirene que calculó el perímetro del planeta Tierra, del médico Herófilo que descubrió los caminos que recorre la sangre por los cuerpos vivos, del matemático Euclides que formuló los primeros teoremas de Geometría, de Arquímedes y su principio y de poetas como Calímaco y Apolonio. 

Eukleides no logró superar el examen de admisión y como sus padres no podían costear los gastos que conllevaba estudiar por libre en aquella prestigiosa academia, no tuvo más remedio que volver a su aldea, a las afueras de Mantinea, frontera con la Argólida, con la firme convicción de descubrir, por su cuenta, las ramas del saber que marcan la evolución de la especie humana. 

Corría el año 335 a.C. y ciertamente no era fácil que el hijo de un agricultor pudiese romper aquel vínculo que le unía a la tierra de labor, a la huerta y al pastoreo de cabras. En septiembre tocaba recolectar la uva, la cebada se plantaba en octubre y se segaba en abril y las aceitunas se recogían de noviembre a febrero. Entre tanta faena, robándole horas al sueño, Eukleides  buscaba tiempo para estudiar.

Asignaturas como matemáticas, gramática o astronomía no le decían nada, o peor aún, le aburrían: la cuadratura del círculo,  aquella extraña relación entre la hipotenusa y los catetos, el número pi, los siete cuerpos celestes...  Nada de eso despertaba su interés.

A Eukleides, lo que le interesaba, lo que de verdad le interesaba, era lo intangible, lo etéreo, el mundo de las emociones, de los síntomas, de los estados de ánimo. Eso que los más sabios empezaban a llamar psiquis. ¿Por qué la tristeza y el gozo, la frustración y el triunfo, la serenidad y el apasionamiento, la bondad y la maldad, el infortunio o la suerte? Y, sobre todas las cosas, el objetivo principal de la vida: la eudaimonia. O sea, la felicidad.

Pensaba, que cada uno debe esmerarse en construir una “ethos”, una manera de ser que le ayude a vivir, activando al mismo tiempo la dicha y la ética. La primera se manifiesta en el carácter y en la personalidad, mientras que la segunda es, más bien, un código de normas que debemos acatar.  ¿Eran más felices los dacios con sus conquistas? ¿Los cretenses con su comercio?, ¿los atenienses con sus eruditos? concluía sin respuesta posible.

Y así, descubrió la filosofía, ese conjunto de preguntas, dudas y certezas, que pone patas arriba todo lo que sabemos, la capacidad de sorprendernos y no dar nada por cierto o inexplicable.

Parte II.-

El templo de Atenea estaba situado sobre un pequeño montículo al que se llegaba tras subir una escalera de mármol de 365 peldaños y recorrer una galería de olivos, el árbol totémico de la diosa de la Justicia y la Sabiduría. Una pequeña acrópolis donde la paz y el silencio, el rezo y la meditación, el estudio y la investigación, se palpaban nada más traspasar el pronaos.

Muchas tardes, Eukleides marchaba hasta allí y, prosternado ante Atenea, deliberaba con la divinidad sobre asuntos trascendentes sin que en ningún momento la diosa, siempre cabizbaja, siempre pensativa y abstraída, le prestara la más mínima atención. O eso creía él.

Hasta que un día del mes de las flores, los principios y creencias de Eukleides, su fe y su firmeza, sus convicciones y su equilibrio, comenzaron a tambalearse. Y es que, aquella tarde, cuando la luz entraba por el vitral con más intensidad que de costumbre, observó como en la fosa nasal de la diosa, una araña tejía su red, apenas perceptible, pero trampa mortal para cualquier insecto ingenuo. ¡Qué falta de respeto! ¡La venganza de la deidad será terrible!, pensó.

Pero no. Todo siguió su curso, no se movía una mosca, el silencio y la inmovilidad cubrían toda la cella. La duda metafísica y el escepticismo científico asaltaron lo más recóndito de su cerebro. ¿Y si resulta que no es más que una mole de piedra finamente tallada? ¿Un instrumento de coacción para amedrentar al pueblo? ¿Una farsa?

Y entonces, como si le hubiese leído el pensamiento, la voz dulce y sensual de la diosa le invitó a la semioscuridad que amparaba el opistódomo.

Parte III.-

Circe, la joven sacerdotisa que desde temprana edad consagró su vida a servir a Atenea, era la encargada de dirigir los ritos religiosos, celebrar ofrendas, ofrecer sacrificios e interpretar y traducir al común lenguaje de los mortales los deseos y mandatos de la divinidad. 

Bella y seductora, doncella que aún no conocía varón, disfrutaba de los privilegios de su alto rango. Caminaba con la sublime levedad de los elegidos, peinaba su larga melena dorada con un moño trenzado, mejillas siempre rosadas, ojos del color de las aguas del mar Jónico y unas hermosas líneas corporales, absolutamente simétricas que perfilaban su silueta a través del peplo de muselina blanca.
Cinco horas, cinco, estuvieron ocupados Eukleides y Circe, entre la avenencia y la armonía, la euforia y la pasión, descubriendo los secretos de la felicidad terrenal a través de la yuxtaposición o de la fusión (que nunca sé cuál es la palabra adecuada) de dos cuerpos desnudos. Un encantamiento y una seducción infinita, a la que Eukleides no se atrevía a ponerle nombre. La razón de la felicidad es vivir el presente, concluyó Eukleides frotándose la cara para despejar la duda de que no había sido un sueño

Desde aquel día, la reflexión crítica formaría parte, ya para siempre, de su alma y de su pensamiento epistémico.

EPÍLOGO.-

Nunca hasta hoy los tratados de Historia dedicaron siquiera un párrafo a nuestro protagonista, a estudiar su legado, a constatar su existencia, a referenciarlo en los manuales filosóficos, pero doy fe de que Eukleides fue el precursor de aquel movimiento  teológico -el escolástico- que estableció el discernimiento como única vía para alcanzar una vida plena, la salud corporal, la lucidez mental, el disfrute inteligente de los placeres y el hedonismo racional.  O sea, la felicidad.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Las cosas que escribe Mata me producen serenidad

Unknown dijo...

Increíble, artista, escritor y persona

Anónimo dijo...

Buen regalo por el dia del libro
Entre tanto follon de las placas de electricidad y el alcalde y el otro leer esta historia es interesante sea verdad o no

Anónimo dijo...

Estás poniendo en la cucaña grasa de pata negra y demasiado alto el jamón, por eso a algunos se le están quitando las ganas de concursar más.
Yo no habia escuchao tantos nombres griegos en mi via, porque son griegos, o no. Los he sacao por el nombre de las ciudades, porque yo estuve de cartero allí.

Anónimo dijo...

“La razón de la felicidad es vivir el presente”. Gran frase llena de enseñanza y difícil de cumplir, aunque el mero hecho de intentarlo ya es un logro y un paso hacia la misma.
Enhorabuena por tan exquisito relato.