jueves, 14 de mayo de 2020

"Joaquín o la vida sosegada (Relato de cuarentena)", por Manuel Mata

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JOAQUÍN O LA VIDA SOSEGADA  (RELATO DE CUARENTENA)

               
Joaquín Villaescusa nunca soñó mientras dormía. O al menos él no lo recordaba a la mañana siguiente. Nunca, hasta que llegó el día de su jubilación.

A partir de entonces, al despertar, rememora, con una nitidez que casi da miedo, las vivencias y situaciones que la conciencia es capaz de fabricar cuando está fuera de nuestro control.

La pesadilla más repetida transcurre en una casa situada en la primera planta de un edificio semiderruido, con grietas en las paredes, ventanas desvencijadas, y un desorden de muebles, ropa y cosas desperdigadas por todas las habitaciones que ya de por sí provocan angustia. Para empeorarlo, de fondo, la voz tenebrosa de un monstruo al que nunca se le ve la cara pero se sabe que está ahí.

La otra ensoñación tiene que ver con la que fue su tarea profesional durante casi cuarenta años: oficial de notaría. Joaquín se ve en un mostrador atestado de legajos, carpetas y actas, atendiendo a un gentío maleducado, que vocifera y que hace aspavientos, exigiendo escrituras de propiedad, fes de vida  y  certificaciones de últimas voluntades. La cosa se complica por minutos, ya que, a la hora de cerrar las puertas, el bedel se ve incapaz de impedir la entrada de más y más personas. Agobiante.

Lo bueno de estos acontecimientos es que al despertar, Joaquín, valora en su justa medida la regalada y feliz vida que le tocó en suerte; una vida sin grandes alharacas, sin grandes alegrías, pero serena y descansada, sin sobresaltos ni complicaciones.

Desde que su mujer le dejó para irse con el director de la sucursal bancaria donde tenían sus ahorros, vive solo. Tampoco le importa mucho, pues en su fuero interno agradeció la huida de la otra parte contratante ya que la nueva situación le aportó alivio y libertad.  Desde aquel día nunca más asumió la responsabilidad de satisfacer a mujer alguna, ni en la cama ni fuera de ella salvo en contadas y esporádicas ocasiones de las que no se pudo escabullir.

Vive en esa placentera monotonía de tener todo previsto y programado: Hasta hace dos meses se levantaba a las ocho, se duchaba, se vestía, desayunaba un descafeinado, pan con tomate, aceite y jamón, mientras escuchaba la SER. Después se colocaba su sombrero tirolés, un capotillo pardo de dos vuelos por los hombros, y marchaba a comprar el periódico al quiosco de la esquina.

Su ciudad, capital de provincia, cuenta con unos 200.000 habitantes, una alameda central con macetas de geranios en los poyetes, bancos de hierro forjado, un templete donde la Banda de Música da conciertos los sábados por la mañana, y un alcalde socialista.

Sabe poner la lavadora, limpiar las mamparas de la ducha, hacer la cama, fregar los platos a mano, y sacar la basura en el horario establecido. No plancha, pero tampoco le importa pues dice que además de una cursilada es un derroche innecesario de energía.  Cuando lo de la separación matrimonial, una amiga, no sé con qué intenciones, le regaló “500 recetas para hombres solitarios” del que tira cuando no quiere repetir el arroz a la cubana o los espaguetis a la boloñesa.

Tampoco tiene perro, ni gato, ni periquitos, por lo que evita limpiar jaulas, eliminar excrementos, pelos en las alfombras, reparar desgarros en el sofá, o verse obligado a sacar de paseo a nadie.

En su casa no hay televisión, y por consiguiente no está al día de las indecencias ajenas para vivir del cuento, ya sea en una isla desierta o en un plató comiendo Kruggies al tiempo que se pone verde al ausente. No conoce la fisonomía de Inda, Marhuenda o Risto Mejide, ni quién es el portero del Real Madrid, o en qué categoría juega la Ponferradina, pero tampoco le importa.

Es socio colaborador de Caritas, Ayuda Solidaria, y Ecologistas en Acción. De este modo satisface la parte alícuota que todos debemos asumir para que este mundo sea algo más justo. En política defiende la honestidad, la ejemplaridad pública y la necesidad de que gente cualificada gobierne el país; por eso siempre acude a votar; en blanco.

Desde hace dos mes, viviendo una vida que no es la suya, pasa las mañanas haciendo las faenas propias del hogar, y las tardes leyendo en un sillón otomano cerca del ventanal para aprovechar mejor la luz natural: Albert Camus, Rilke y Ayn Rand son sus favoritos, mientras en un antiguo tocadiscos de aguja con una estereofonía venida a menos, suena la música de Johann Pachelbel o Ella Fitzger.
De vez en cuando levanta la vista para observar cómo va el nido que los vencejos construyen a base de barro, paja y constancia bajo la cornisa del edificio de enfrente.

La vida sigue, concluye.
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(Dedicado a  J. F. de Santaella, adalid de la vida sosegada)

4 comentarios:

María dijo...

Muchas gracias Sr. Mata por este relato tan bien llevado a la situación que, en este presente, nos está tocando vivir. En este tiempo de marcados colores grises, que importante es mantenernos responsablemente esperanzados.Un saludo. ¡¡Salud!!

Anónimo dijo...

Entre tanta tristeza por culpa del virus viene bien una historia positiva que da esperanza

Gonzalo Polo dijo...

😂😂
Buen relato, señor Mata. Se agradece algo así, para salir de tanta amargura.
Lo de "y un alcalde socialista" me ha encantado. Muy agudo.
Espero que se encuentre usted y su familia, bien.
Saludos.

Pacurro dijo...

Ya es hora de tu novela, ¿ a que esperas?, tú sabes a lo que me refiero