LADY RAINWOOD
CAPITULO I
CAPITULO I
Todas las damas de compañía de la reina eran más feas, más viejas, y más desaliñadas que la propia reina. Y es que, ella, la reina, no se fiaba del desmesurado ímpetu sexual de su marido, el rey Teódulo, dispuesto siempre a acorralar a cualquiera que usara faldas excepción hecha de los miembros de la guardia escocesa contratada ex profeso para la vigilancia de la zona palaciega.
Todas…. menos lady Rainwood, unos años menor que la soberana, y de una vitalidad y un desparpajo que cautivaba a príncipes y nobles, quienes, no más conocerla, caían rendidos ante tanta lisura. Todos… menos el rey.
Y es que, a veces, la historia encierra extraños vericuetos que justifican el comportamiento de los protagonistas. Hoy y hace mil años.
CAPITULO II
Veamos: Cuando Teódulo, heredero al trono, tenía once años falleció su madre, la reina Ermisinda, hija, esposa, y madre de reyes. Aclaremos -que nunca viene mal- que Ermisinda disfrutó en vida del cariño y respeto de súbditos y criados por su generosidad, elegancia y sabiduría.
Bien, pasados dos años de aquel luctuoso suceso, el entonces rey Cliserio, padre de Teódulo, contrajo nuevo matrimonio con Crolina, princesa del reino colindante según se mira el mapa a la izquierda, por dos razones incontestables: afianzar la confianza y amistad con los vecinos, lo que aseguraba paz y concordia a sus espaldas, y por la hermosura de aquella muchacha -diecisiete años- con toda su belleza en agraz.
Un regalo del cielo para alguien que frisaba ya los cincuenta.
La incorporación de Crolina a la vida de palacio fue un chorro de frescura, de alegría, y de novedad, que lo revolucionó todo. También el sistema hormonal del primogénito que veía en su madrastra más una compañera de juegos y aventuras que otra cosa. Dicen que lo inevitable rara vez sucede y que es lo inesperado lo que suele ocurrir, así que una calurosa tarde de verano, en las caballerizas, matando el tiempo en representar una obra de Nicholas Udach, entre la paja y el grano, entre el sofoco y la aprehensión, entre una mezcla muy rara de felicidad y desasosiego, ocurrió.
Ocurrió la primera vez, porque después, no hubo ocasión, lugar o circunstancia favorable, que los jóvenes no aprovecharan para descubrir uno en la otra, la otra en el uno, respuestas y reacciones sensoriales a determinados estímulos carnales grabadas en el tuétano de los seres vivos desde que el mundo es mundo.
CAPITULO III
A finales de 1.095, durante la celebración del Concilio de Clermont, el Papa Urbano II no tuvo mejor idea que pedir a reyes y nobles de Europa que organizaran, y pagaran, (que una cosa es predicar y otra dar trigo) una expedición militar a Los Santos Lugares para liberar Jerusalén del dominio musulmán. Así que, al grito de “Dios lo quiere”, cientos, ¡qué digo cientos, miles¡ de cristianos de todo rango y condición atravesaron el continente, arrasando, de paso, todo villorrio o cabila en su camino hacia la Tierra tantas veces prometida.
Cliserio, único monarca que a la postre encabezó sus huestes aun a riesgo de que, hominem sine, algún pariente con ansias de poder usurpara el trono, comandaba un ejército todo disciplina y bien pertrechado que colaboró decisivamente en la conquista de Nicea.
CAPITULO IV
La tarde que el rey, tras dos años de ausencia, volvió a palacio, era nublosa y con clamor de truenos en el horizonte.
En la apoteósica ceremonia de bienvenida donde nobleza, clero, soldadesca y lacayos, rendían pleitesía a su majestad, la joven reina Crolina, bella y sugerente como siempre, presentaba el excelso vientre de toda mujer preñada de siete meses, que, camisas de algodón, túnicas de muselina y briales de seda no llegaban a disimular.
Apearse el ínclito rey de su montura y llamar a reunión urgente al Consejo del Reino fue todo una. Como no se fiaba de aquella plutocracia, convocó también a nigromantes, filósofos, médicos, e iluminados de diverso pelaje para que, entre todos, hallasen una respuesta coherente, creíble, razonable, e indiscutible, al porqué y al cómo de aquello. La pervivencia de la monarquía, de la dinastía, y del buen nombre del reino, estaba en juego.
CAPITULO V
Así que, a pan y agua, los encerró a todos en la torre albarrana de la fortaleza con la orden taxativa de que en el plazo de cinco días presentasen conclusiones. Conclusiones coherentes, creíbles, razonables e indiscutibles.
CAPÍTULO VI
A las doce de la mañana del último día, cuando ya todo parecía perdido y más de uno había dedicado el tiempo a redactar testamento de últimas voluntades, el mago Herlim tuvo la idea genial: Intervención divina.
Sólo dos palabras a modo de prefacio de una exposición detallada, pausada, sin aspavientos, sin grandes algazaras, sin el entusiasmo que se le supone a quien acaba de salvar la vida a cuarenta congéneres, incluida la suya:
“Nuestro rey y señor ha guerreado los dos últimos años contra el turco, recuperado los Santos Lugares, empeñado toda su fortuna incluyendo el castillo que nos cobija, y renunciado a placeres terrenales. Peor aún: en el sitio a Antioquía cayó abatido por ballesta infiel que le hizo permanecer durante quince días padeciendo dolor y fiebre, heridas purulentas y soñando, entre alucinaciones y pesadillas, con su palacio, un plato de carne de ciervo al tomillo, su cama…. y su joven esposa.
Hete aquí: Dios, infinita bondad que todo lo puede, quiso resarcirle de todas sus desgracias e infortunios y en un ejercicio de teletransportación, le acomodó por una noche, sólo por una noche, en su real alcoba. Esa noche, sólo esa noche, copuló hasta el amanecer con su esposa tanto y de tal manera que ni él mismo recuerda”.
Con un ¡milagro, milagro¡ terminaba el obispo, apoyadas ambas manos en la balaustrada del púlpito, la detallada disertación -coherente, creíble, razonable e indiscutible- dirigida al pueblo que, expectante y plenamente convencido de tal prodigio celestial, ocupaba las tres naves de la catedral como nunca antes se había visto.
CAPITULO VII
A mediados de mayo del 1.100, Cliserio fallecía a causa de una brucelosis pillada en el viaje de vuelta desde Tierra Santa al hacer escala en el puerto de Nicosia donde comió queso de cabra. Teódulo subió al trono y contrajo matrimonio con la baronesa de Chantellé, la de las damas feas, viejas y desaliñadas. Crolina, ingresó en régimen de clausura en el monasterio de Disibodenberg bajo la regla benedictina y de la que nunca más se supo. Herlim fue encumbrado a miembro principal del Consejo del Reino.
Aquí paz y allí gloria.
8 comentarios:
Esto por si Mata no lo sabe es narrativa creativa histórica.
Mezclar historia con fantasía.
Esto es un escrito donde se ve bien el adulterio y lo peor dentro de la misma familia.
Asin va España.
Carmen
Si hicieran prueba de ADN a las monarquías europeas, nos llevariamos más de una sorpresa.
Yo me lo creo. Ya le pasó a la Virgen María y eso es incuestionable.Lo anunció el Ángel. Así que de adulterio nada.
Sr. Mata, declare derechos de autor antes de que le plagien la idea para una serie de tv.Contiene todos los elementos para ser un éxito. Para cuándo una novela?
Siempre agradecida por su generosidad al compartir sus escritos siempre esperados. Un saludo .
Can you please edit in english?
Y ahora la novela histórica. ¡¡¡Qué arte!!!
Que bien escribe Manolo el cartero.
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