Foto cedida por Isidoro Herrera. |
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MI CALLE
Cuando yo era niño, mi calle eran dos calles. Bueno, en realidad era una sola calle que iba desde la entrada al pueblo por La Cruz Blanca hasta el Paseo, pero al llegar a las cuatro esquinas, justo donde el bar España, era ya otra calle. Aunque fuese la misma.
Cuando yo era niño, mi calle eran dos calles. Bueno, en realidad era una sola calle que iba desde la entrada al pueblo por La Cruz Blanca hasta el Paseo, pero al llegar a las cuatro esquinas, justo donde el bar España, era ya otra calle. Aunque fuese la misma.
La primera parte se llamaba Héroes del Alcázar de Toledo y la segunda José Antonio Primo de Rivera.
A los niños, en verdad, esa dicotomía nos importaba más bien poco. Dedicábamos nuestro tiempo a rodar el aro calle arriba calle abajo, competir a la chicha, o coleccionar estampas que recortábamos de las cajas de fósforos. Las niñas, por su parte, en un mundo absolutamente aparte del nuestro, saltaban a la comba, intercambiaban cromos repetidos, o jugaban a los chinitos que no era más que un canto rodado lanzado sobre una cuadrícula dibujada en mitad de la calle y que había que recoger saltando a la pata coja.
Como pueden suponer mi calle era la vía principal del pueblo pues a un lado y otro de su sinuoso trazado daban la oficina de Correos, el Ayuntamiento, el cuartelillo de la Guardia Civil, la farmacia, la casa del veterinario y, ya en la punta de abajo, la sucursal de la Caja de Ahorros.
En verano, al atardecer, nuestras madres esparcían, a mano, sobre la acera, el agua de un cubo de zinc para más tarde, a la fresca, sentadas en corro cada una en su silla de anea, comentar los últimos acontecimientos ocurridos en el pueblo, o las penalidades que las protagonistas de las radionovelas sufrían, y que dejaban en el corazón de aquellas mujeres posiblemente tan desventuradas como ellas, la inquietud y la desazón hasta el capítulo siguiente.
Años después, en la escuela, el maestro nos explicó quiénes fueron los héroes de aquel alcázar: Unos patriotas que se jugaron la vida para salvar a España de las hordas marxistas portadoras del caos. Y yo, en mi febril imaginación, me hice a la idea de que aquella multitud maledicente habría sido algo parecido a los hunos de Atila que por donde pasaban no crecía la hierba.
De José Antonio, don Fulgencio explicó poco: Un intelectual envuelto en un aire así como de ausencia, tutor de los valores consustanciales al orden y la disciplina y al que fusilaron en Alicante. Un actor secundario del Glorioso Alzamiento al que no había que dedicar mucho tiempo de estudio, pensé yo.
Terminada aquella guerra, los vencedores se dispusieron a homenajear a los suyos, vivos o muertos, y no hubo pueblo o ciudad en que no hubiese una calle dedicada al general Mola, Yague o Queipo de Llano. Y plaza del Generalísimo, ni te cuento.
Un día mi abuelo me contó que antes del treinta y nueve esta calle se llamaba Sevilla, porque si echabas a andar acera arriba, pasabas Las Cañillas, llegabas a Puerto Gali, torcías a la izquierda, te desviabas por Arcos y Las Cabezas… llegabas a Sevilla. ¡Una pasada!
Años después, en una época incierta en que trataba de entender algo de mí mismo y del tiempo que me tocó vivir, descubrí que aquellos héroes en realidad fueron unos facciosos sublevados contra el gobierno que se refugiaron allí a la espera de que Varela los liberara y así pasar a la historia. Y que José Antonio, fue el cabecilla de una partida de pistoleros con camisas de mahón azul oscuro que atemorizaron, y mataron, antes, pero sobre todo después, a cualquier sospechoso de no compartir su ideario.
La nuestra, fue una guerra injusta y trucada, en la que yo, al tener uso de razón, al alcanzar plena conciencia de lo que realmente ocurrió, me apunté al bando de los perdedores, aunque -o quizás porque- ya habían pasado veinticinco años.
Y es que mantener a la gente entre la inocencia y la ignorancia es la mejor garantía para los opresores: Ser inocente por ignorante, feliz por sumiso, obediente por agradecido… hasta que se te oxida la memoria y la rebeldía.
Ahora, pasado ya mucho tiempo, con la sabiduría que nace del aprendizaje y la experiencia, antes de que el olvido se apodere de mi capacidad para razonar, quiero decir y digo que lo importante no son los nombres de las calles, sino las calles en sí mismas y las historias que sobre sus adoquines tuvieron lugar. Que lo trascendente no son los nombres y apellidos, sino el ejemplo y la huella que dejamos a las generaciones venideras, y que una calle puede ser tan bonita y tan larga como una vida entera, de la que sus habitantes se sientan orgullosos. Una calle que se llame de la Alegría, de la Paz, de la Fraternidad o simplemente Sevilla como ahora, mi calle, donde jugué media infancia, vuelve a llamarse.
Jimena de la Frontera, mayo de 1.984.(Dedicado a Isidoro Herrera)
11 comentarios:
Todos hemos vivido nuestra calle, la calle de nuestra vida.
El nombre es lo de menos.
Enhorabuena, Manolo. Como siempre, Chapó.
Por lo que veo Manolo Mata no es muy imparcial al contar la guerra civil.
Esa breve historieta de la historia, de quito y pongo y de pongo y quito, a mi forma de ver encierra algo mucho más importante: lo que realmente es o puede llegar a ser -de bueno y de malo- el ser humano y que, para justificarse y llevar la razón busca todas las artimañas posibles para convencer y "llevarse el gato al agua", incluso la violencia, en una parte o en la otra, que más da. El que no pinta nada en estos conflictos ni incluso en los verbales es el de enmedio, el pacífico, el razonable, el más justo y noble, y el que al final, de rebote, paga más que nadie las consecuencias. Las calles no tienen culpa ni razones de nada, se llamen como se llamen, aunque tengan derecho a llamarse. Y al de enmedio no le dejan estar ni quieren que esté ahí, enmedio, ni de unos ni de otros, pues todavía y siempre habrán de un lado y de otro con sus razones. Hoy tengo dos amigos menos, uno de un lado, de Box y otro del otro, de Podemos; simplemente porque he de pensar como el uno o como el otro, ninguno de los dos me hablan, después de 40 años de creernos amigos y de hablar de todo. Por mi currículum de votante han pasado todos, menos Vox que estaba en estudio pero me recuerda mucho a otros tiempos que no me gustaban. Al día de hoy ninguno me ha convencido, y entre ellos, dos me han engañado por prometer una cosa y ser otra, otros por mentir y dos por choricear. Así que seguiré perdiendo amigos aunque tenga la solución: NO HABLAR NUNCA DE POLITICA PERO SEGUIRÉ PENSANDO PARA SER LIBRE DE LOS DEMÁS Y CENTRO DE DIANAS POR PENSAR QUE TODOS TIENEN ALGO DE BUENO Y MUCHO DE MALO. HAY QUE HACER UN PARTIDO CON SOLO LO BUENO Y LO BUENO SERÁ LO MALO PARA OTROS: EN DEFINITIVA ¿DÓNDE ESTÁ LA SOLUCIÓN PUES LA RAZÓN ES INTERESADA?
Muchos que hemos vivido en esa calle y en otras de Jimena nos a abierto los ojos sobre los nombres de las calles y hemos recordado la infancia
Que bonitos recuerdos sin una peseta pero todo el día en la calle no como ahora con las consolas
Sr. Mata: En Jimena existió una calle llamada padres Marcelino y Justo, que se murieron de un resfriado. Como buen socialista, recurre otra vez a la guerra civil, donde hubo atrocidades por los dos bandos.
Al de las 11.57 le digo que si han dejado de hablarte por la politica te dire que no eran tus amigos, has estado cuarenta años engañao.
Manolo chapó. A muchos nos has trasladado a la infancia y adolescencia con los juegos de calle y a otros de seguro, han descubierto a lo largo de los años, que el nombre de su calle no puede tener un origen más nefasto que el de una guerra civil. Muchas gracias por lo bien escrito que está el relato y mi más sincera enhorabuena.
Precioso. Vaya retrato de mi infancia y mis juegos. Manolo, tienes doble valor, además de socialista escribes de P... madre. Una admiradora.
Un gustazo. Un lujo. Un placer.
Leer.
El que habla de imparcialidad en la guerra civil, manda cojones, después de un millón de muertos, medio millón en el exilio y sufrir una dictadura de cuarenta años. ¡¡Cómo para ser imparcial!!. Manolo, espléndido. Enhorabuena.
- Muchos viejos tendremos que morir para que los más nuevos afronten la historia de otra forma...
- Muchos jóvenes tendremos que oír a unos y a otros para no tropezar en la misma piedra...
- Muchos niños nos mandarán a todos al carajo por viejos, por rencorosos, por inútiles batallistas y por pesados, pues hay otras formas de futuro más adaptable, sociable y avanzadas...
- Muchas piedras estaremos aquí quietesitas y mudas, esperando a la punta del zapato...
Atentamente: la piedra 1.936.
Inscripción:RdelMreCvés
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