Mucho más difícil que hablar es callar. Acertar con la palabra adecuada en una situación delicada exige una habilidad especial, pero administrar las pausas en las selvas de las conversaciones y repartir los silencios en las rutas de los discursos es una destreza que supone un rico capital de prudencia, de paciencia y de templanza; es una habilidad que exige el desarrollo de facultades tan escasas como el tacto y el gusto. En nuestras correrías por los senderos en busca de la palabra adecuada y oportuna, todos hemos tenido que atravesar los amplios desiertos del silencio.
No podemos olvidar que las semillas de las palabras fructifican cuando caen en la tierra del silencio y se cubren con la vegetación de la reflexión. Nuestro amor por la palabra a veces comienza cuando oímos hablar a nuestro padre y cantar a nuestra madre, pero se desarrolla cuando los escuchamos callar y cuando nos esforzamos por descifrar y por deletrear sus silencios. Las dos experiencias forman esa trenza que es la convivencia y la comunicación humanas: el decir y el escuchar.
El silencio ha sido objeto de profundas reflexiones y de repetidas recomendaciones de científicos, filósofos, psicólogos y religiosos. El sabio Salomón nos advirtió que "aún el ignorante, si calla, será reputado por sabio, y pasará por entendido si no despliega los labios"; Pitágoras aseguraba que "el silencio es la primera piedra del templo de la Filosofía"; Plutarco nos enseñó que "de los hombres aprendemos a hablar, a callar, de los dioses"; Balzac nos avisa que "el silencio es el único medio de triunfar"; Larra ironiza diciéndonos: "Bienaventurados los que no hablan, porque ellos se entienden"; Huxley decía que "el silencioso no presta testimonio contra sí mismo"; Amado Nervo sostiene que "el que sabe callar es el más fuerte" y Ramón y Cajal nos indica que, "de todas las reacciones posibles ante la injuria, la más hábil y económica es el silencio". El silencio de Jesús ante Herodes, como me recordó, hace ya diez años, Julio Anguita, es uno de los discursos más elocuentes de toda la Historia de la Retórica.
2 comentarios:
Nunca leí nada más hermoso, profundo y estimulante sobre la transcendencia del silencio.
Las palabras del profesor Hernández Guerrero, nos retrotraen hacia aquellos momentos que debimos callar en lugar de malvender nuestra esencia a cambio de unas vanas, insultantes o engreídas palabras. También nos invitan a practicar el sabio deporte de la escucha y a alimentar nuestra alma en favor de una oratoria empatica y constructiva.
La sugestiva reflexión del profesor, llega a seducir nuestros pensamientos y conciencia en beneficio, no sólo de enriquecer nuestro leguaje o adornarlo de las fértiles virtudes, como son la prudencia y la templanza, sino que, además, y sobre todo, nos ayudan a traspasar el vulgar espacio de la vacuidad para transportarnos al edificante propósito de las fructíferas relaciones humanas.
Quien calla otorga. Sin embargo ahí queda la duda, no todo es dar. El silencio es prudencia, el callar es, casi siempre, necesidad de no hablar para no soltar lo que no se quiere.
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