domingo, 16 de febrero de 2014

"Esto sí es carnaval", por José Antonio Hernández Guerrero

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Con la palabra “frivolidad”, empleada en el artículo anterior, no me refería a los sentimientos de alegría ni a las bromas carnavalescas, sino sólo a esa actitud de quienes no toman la vida en serio porque sólo tienen en cuenta los aspectos anecdóticos de los comportamientos humanos. Por eso estoy de acuerdo con quienes afirman que las coplas chirigoteras pueden revelar un alto grado de sensatez. Frívolo, por el contrario, es quien no diferencia entre lo esencial y lo accidental, entre lo importante y lo insignificante porque, según él, todos los episodios forman parte de un universo insoportablemente leve.

Ejemplos ilustrativos de frivolidad nos lo ofrecen los medios de comunicación en los que se vierten comentarios superficiales sobre unos asuntos que son importantes y, a veces, graves. No estoy pensando, por lo tanto, en esos cuplés que, a veces, constituyen análisis agudos y oportunos sobre la realidad cotidiana, sino que aludo a esa actitud epidérmica, que -en una interpretación benévola- tiene su origen en la intención falsamente pedagógica de simplificar los problemas complejos con la broma, el cachondeo o el sarcasmo, sobre todo, cuando se refieren a los principios éticos –de cualquier ideología-, a las cuestiones delicadas de la vida pública y al funcionamiento de las instituciones educativas, sociales, jurídicas o religiosas. En mi opinión, la omnipresente publicidad nos está convirtiendo en unos seres triviales, en meros consumidores guiados por consignas tópicas carentes principios sólidos, de criterios válidos y de pautas consistentes o, en otras palabras, desprovistos de esos objetivos utópicos que alientan y que alimentan nuestro vivir diario, más allá de la diversión momentánea.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Señor catedrático,
siéntese a tomar un café con algunos de esos que usted llama "frívolos" y se dará cuenta que no son tan simples, que los problemas los van afrontando a diario y que cuando suben al escenario sólo es un momento de su vida, un mínimo momento. Al bajar vuelven a acordarse de la hipoteca, de que quizá no puedan darles estudios a sus hijos y que el paro está destrozando su vida y la de su familia. Esa es su vida y no la que muestran en 20 minutos mal contados de actuación.
Cuando le cuenten todo esto, desde su acomodada posición, si sigue pensando lo mismo y sigue siendo capaz, háblele de principios éticos y cuétele dos o tres moralinas.
Desde su estatus ya debería saber diferenciar la parte y el todo, y debería saber también que cada persona es un ente radicalmente diferente a sus semejantes