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Bien dicho.
ResponderEliminarSe ha descubierto, según he visto en Buceite, una nueva especie de araña endémica de los lugares donde nos quieren colocar el mar de placas. No es razón suficiente para replantearse este despropósito,...o seguiremos con la extinción.
ResponderEliminarHaber defensores del campo, ¿cuantos de vosotros paseais por esos lugares que quieren poner las placas solares ? Habéis pensado en las tierras que hay por marchenilla que son tierras de bujeo y no crecen ni las tagarninas? Hay algo que se pueda sembrar y este subvencionado que no sean placas solares. Pues os digo una cosa, todos los años hay que pagar IBI y no veo ningún protestante aportando para el beneficio de sus ojos
ResponderEliminarUn día, los ciudadanos le dijo:
ResponderEliminar– Eres nuestro alcalde, esta mañana las empresas fotovoltaicas han dado dinero a los camperos para instalar sus megaproyectos. Cómo eres nuestro representante, así que hoy irás tú a recoger el dinero por las licencias de esas obras ¿Crees que podrás hacerlo?
El alcalde, que era muy servicial y responsable, contestó:
– Claro, yo iré.
Los ciudadanos, viendo que su alcalde era tan dispuesto, le dio un voto de confianza y le prometió que todo el dinero que recaudara sería para que ganar las próximas elecciones.
¡Qué contento se puso! Cogió el sello y el bolígrafo y salió del Ayuntamiento tomando el camino más corto hacia las empresas eléctricas para firmar las licencias.
Iba a paso ligero y su mente no dejaba de trabajar. No hacía más que darle vueltas a cómo invertiría las monedas que iba a conseguir con las licencias de los megaproyectos.
– ¡Ya sé lo que haré! – se decía a sí mismo – Con las monedas que me den por las licencias, voy a comprar una docena de huevos; los llevaré a la granja, mis gallinas los incubarán, y cuando nazcan los doce pollitos, los cambiaré por un hermoso lechón. Una vez criado será un cerdo enorme. Entonces regresaré al mercado y lo cambiaré por una ternera que cuando crezca me dará mucha leche a diario que podré vender a cambio de un montón de dinero y así dentro de seis meses podré ganar las elecciones.
El alcalde estaba absorto en sus pensamientos. Tal y como lo estaba planeando, del dinero que sacaría de las placas le permitiría hacer rico al Ayuntamiento y ganando elecciones cómodamente toda la vida.
Tan ensimismado iba que se despistó y no se dio cuenta que estaba la guerra de Ucrania en medio del camino. Tropezó y ¡zas! … El pobre alcalde cayó de bruces contra el suelo. Sólo se hizo unos rasguños en las rodillas, pero todas las licencias volaron por el aire y se rompieron en mil pedazos. La electricidad se desparramó por todas partes y sus sueños se volatilizaron. Ya no había electricidad que vender y por tanto, todo había terminado.
– ¡Qué desgracia! Adiós a mis huevos, mis pollitos, mi lechón y mi ternero – se lamentaba el alcalde entre lágrimas – Eso me pasa por ser ambicioso.
Con amargura, recogió los pedacitos de la placa y regresó junto a sus concejales, reflexionando sobre lo que había sucedido.
Moraleja: a veces la ambición nos hace olvidar que lo importante es el bien del pueblo y no ganar unas elecciones.