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Los gérmenes de la agresividad y de las guerras
El 17 aniversario del fallecimiento de nuestro filósofo Mariano Peñalver me brinda la oportunidad de reflexionar sobre las guerras en unos momentos que, sin duda alguna, son especialmente oportunos. En mi opinión, de acuerdo con los antropólogos más cualificados, los dos “instintos humanos” más primarios -y, por lo tanto, los más irreprimibles- son el de supervivencia (individual y colectiva) y el de identidad (individual y colectiva). Mientras tenemos vida, en el sentido más elemental de esta palabra, nos sentimos enérgicamente impulsados a conservarla y, en la medida de lo posible, a prolongarla. Paradójicamente podríamos afirmar que estamos dispuestos a perder la vida con el fin de lograr los medios indispensables para mantenerla. El otro instinto, no mucho menos irrefrenable, es el de la identidad, un impulso que consiste en ser uno mismo y en exigir respeto a la propia condición personal y colectiva. Ahí radican, a mi juicio, los gérmenes y la explicación de la agresividad y de las guerras.
En la actualidad, debido a la movilidad y a los permanentes cambios de residencia, el conocimiento de los complejos mecanismos psicológicos y sociológicos que intervienen en la composición de las diferentes identidades individuales y colectivas alcanza una importancia decisiva, ya que, como sabemos, tienen graves y complejas repercusiones tanto en la convivencia social como en las relaciones políticas. Tengo, sin embargo, la impresión de que, tanto los gobernantes como los líderes de opinión, en sus análisis de las múltiples situaciones y en la adopción de las medidas para encauzarlas de manera razonable y justa, caen, con excesiva frecuencia, en una ingenua, inútil y, a veces, peligrosa simplificación.
Especialmente acertada es la distinción que establece Mariano Peñalver entre la agresividad personal y la violencia institucional. Él se pregunta si la primera es consecuencia de una baja o de una alta autoestima. Para responder a esta compleja cuestión, parte del supuesto de que la violencia institucional es el resultado no sólo de las decisiones de los poderosos sino también de las respuestas que éstos obtienen de sus destinatarios o de sus víctimas. Establece una clara diferencia entre la violencia tiránica, que no se fundamenta en el principio de la obediencia debida, y la violencia institucional que, a veces, se excede impulsada también por las pasiones. Duda de que hayan existido guerras limpias y opina que una de las claves de la agresividad y de la violencia se ahonda hasta ese fondo psicológico en el que se aloja nuestra impaciencia. Llama la atención sobre el actual regreso a las promesas medievales de los “paraísos celestiales”, le sorprende la creciente manera de excitar la venganza y de alimentar el resentimiento hacia los poderosos, y rechaza el uso de la violencia como un medio adecuado para alcanzar cualquier fin estimable.
También él explica cómo los políticos, además de administrar los bienes de la colectividad, deberían ejercer una labor pedagógica estimulando el control –¿ascético?- de las pasiones y la protección frente a la codicia propia y ajena. Condena por igual todos los terrorismos y nos pone en guardia ante los fundamentalistas de cualquier creencia. Peñalver nos advierte con claridad e insistencia cómo las consecuencias de la violencia, además de truncar vidas sanas, destruye la tranquilidad de las familias, despierta la rabia y la indignación en los padres, y el desánimo y la inquietud entre los hijos e, incluso, perturba la conciencia de las ciudades.
Las guerras son las escenas del teatro de la vida, donde los protagonistas representan los instintos más bajos de los seres humanos.
ResponderEliminarAunque todas las guerras son viles, hay guerras y guerras, la peor de todas son las guerras civiles donde se impone el odio entre los seres humanos, al amor entre los miembros de una misma familia. No existe mayor esperpento que ver como se matan hermanos, padres e hijos.
Quitando las guerras civiles que son guerras de clanes dentro de cada tribu humana, las demás son de índole económico “apropiarse la comida de otra tribu”. Para justificar tantas muertes para robar la comida de otra tribu, se inventaron los nacionalismos y las religiones. Con mensajes filosóficos y religiosos como” mi tribu tiene que ser la más grande o mi dios tiene que ser el verdadero, justifica que yo te mate y te robe”.
En todas las guerras, menos las civiles, por muy duro que sea decirlo, hay algo positivo. Las guerras son saltos exponenciales en el progreso de la humanidad. Si no hubiesen sido por las guerras, posiblemente aún estaríamos cuidando cabras y sembrando trigo con las manos.
Sin avanzar en la historia, en la 1ª Guerra Mundial potenció los motores de combustión interna, como la aviación. Con estos adelantos que fueron desarrollados para la guerra, luego sirvieron para aliviar el trabajo en el campo y el transporte, con lo que supuso eso para el desarrollo y bienestar humano.
La 2ª Guerra Mundial desarrolló los cohetes, la fisión nuclear. Con estos adelantos supuso el principio de los vuelos interplanetarios y de energía barata, aunque fuera contaminante.
De esta 3ª Guerra Mundial que se desarrolla en los campos de Ucrania, ya vemos que el hidrógeno verde y la fisión nuclear, que no contaminan, serán el gran auge y salto tecnológico del siglo XXI,
El desarrollo del hidrógeno como energía y la fusión nuclear en la futura tecnologías ahora es impensable y será debido a las necesidades energéticas que está provocando esta guerra.
"y la fisión nuclear, que no contaminan" quise decir: la fusión nuclear.(dos átomos de hidrógenos los fusionamos y lo convertimos en un átomo de helio + energía) es como fabricar una pequeña estrella.
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