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HAMETE BENENGELI
“El Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha no es más que la traducción al castellano del manuscrito de un autor árabe residente en Toledo”
CAPÍTULO I
1604 no comenzó mal para los españoles. A mediados de febrero se firmó el tratado de paz de Londres por el que se ponía fin al conflicto entre los reinos de España e Inglaterra que duraba ya veinte años; una guerra que comenzó con victorias inglesas como la de Cádiz en 1587 o la pérdida de la Armada Invencible en 1588; no obstante, la rápida recuperación de España, la mejora en la escolta de las flotas de Indias, y especialmente la victoria de Contraarmada en 1589 (de la que poco se habla) acabaron por debilitar definitivamente a los ingleses que firmaron un acuerdo favorable a nuestros intereses.
La capital judicial de la corona se había trasladado tres años antes a Valladolid, gracias a la ascendencia que D. Francisco de Sandoval y Rojas, Duque de Lerma, ejercía sobre su majestad Felipe II. Este noble castellano fue el primer especulador del que se tiene conocimiento pues convenciendo al rey de la necesidad de alejarse de la influencia de su abuela la emperatriz María, trasladó la corte desde Madrid a la ciudad castellana. Previamente había adquirido terrenos a bajo precio en Valladolid para después en una excelente operación inmobiliaria venderlos a buen precio.
Lo que hoy llamaríamos “un pelotazo”.
CAPÍTULO II
Más al sur, en Toledo, las consecuencias de ese alejamiento de la corte no se hicieron esperar ya que gente instruida y numerosos artesanos marcharon hasta el nuevo centro de poder a orillas del Pisuerga, lo que conllevó una notable decadencia de la actividad comercial, fabril y armera de la Ciudad Imperial.
No obstante, la vida es una partida continua, y no era extraño ver en las mañanas de mercado, corrillos donde cristianos viejos, musulmanes y judeoconversos convivían y compartían los azares de la existencia. Entre todos destacaba la figura hierática de Cide Hamete Benengeli, un árabe de familia levantina, enteco y cetrino, rostro atezado, pelo blanco que raleaba en el cráneo, nariz aguileña, ojos hundidos con algo esquivo en la mirada, y que más que hablar escuchaba y observaba, lo que le otorgaba cierto carácter omnisciente.
CAPÍTULO III
Hamete regentaba, a espaldas de Zocodover, el taller de mantas y prendas de abrigo más popular de la ciudad. Allí, tras el zaguán, y en perfecto orden de revista, se podían encontrar aljubas de algodón, gonelas de seda, sobretodos de cuero teñido, calzas de cordero merino vuelto, huesas de montar y borceguíes para todos los gustos.
Pero aquella actividad no era más que su forma de sobrevivir, de costear los estudios de su hijo en Damasco, de disfrutar de sus cuatro mujeres, y de comer hogazas de pan de centeno recién horneado cada día. La gran pasión, lo que realmente daba sentido a su vida y a su curiosidad intelectual, era la lectura y la colección de libros.
Desde que se inventó la imprenta hacía ya 160 años, recopilar tratados, manuales, o simples carillas garabateadas con mayor o menor acierto, había alcanzado una gran importancia, ya que su propietario, fuere cual fuere su credo o religión, alcanzaba la categoría de hombre ilustrado, lo que no era baladí en aquella sociedad analfabeta, pobre y miserable.
Su biblioteca almacenaba pergaminos, obras en papiro, copias manuscritas por amanuenses, e incunables que con el paso del tiempo serían adquiridos y catalogados como verdaderas reliquias en la mismísima Biblioteca Nacional de España, el Archivo Documental Hispánico del BBVA, o en colecciones privadas de millonarios caprichosos.
El “Manipulus curatorum” de 110 hojas sin numerar en folio menor, el “Fasiculus Temporum” impreso en Sevilla allá por 1.480, el “Confessionale Defecerunt” de Antonio de Florencia, y especialmente una Biblia de las Cuarenta y dos Líneas, eran consultados en casa de Hamete, por abates y rabinos, médicos y estudiantes, alfaquíes e iluminados, con una devoción que rayaba el éxtasis religioso.
A veces, él mismo imprimía leyendas, poemas y canciones que recogía en la calle, en reuniones con amigos, o en saraos a los que acudía en contadas ocasiones. Con una rudimentaria imprenta trabajaba el texto en hueco sobre una tablilla de madera que, una vez tallada en caracteres latinos, acoplaba a una mesa de carpintero, impregnaba con tinta negra para, después, aplicar el papel y con la ayuda de un rodillo fijar el pigmento.
CAPÍTULO IV
El uso de papel se había generalizado y abaratado, siendo Toledo una de las ciudades de mayor fama en calidad y finura en su fabricación gracias a sus expertos artesanos. Lo hacían macerando camisas y trapos viejos con una sustancia gomosa, presionando una y otra vez esta mezcla hasta reducirla a láminas delgadas. Sin este descubrimiento, cuya patente hay que concedérsela a los chinos, la imprenta no hubiera podido realizar la transformación del mundo que vino a continuación, pues el papiro era quebradizo, las tablillas de cera sólo servían para escribir con estilete, y el pergamino no era adecuado para una impresión perfecta.
CAPÍTULO V
Abdel Alim era un buen amigo de Hamete Benengeli y su principal proveedor de verduras, legumbres y frutas. Aquella mañana, Hamete, paseando sin prisas por el alcaná, se llegó hasta el bacalito que el hortelano mantenía abierto bajo los soportales de la plaza. Mientras aguardaba su turno y guiado por su obsesión en prestar atención a lo inapreciable, se entretuvo en hurgar entre el montón de papeles que, a un extremo del mostrador, Abdel reservaba para envolver cebollas, puerros y ajos: Pliegos, cubiertas y hojas sueltas desechadas por algún escribidor, aprendiz de poeta, o clérigo, a quienes el más mínimo error de impresión les hacía descartar el folio en cuestión.
Entre ellos, Hamete encontró un cartapacio que contenía párrafos inconexos, frases incompletas y apuntes marginales de lo que fue un intento de dar forma a la leyenda imaginada de un caballero que dejó casa, bienes e hidalguía para, a lomos de un famélico jamelgo, echar a andar por esos mundos de Dios en pos de la Justicia, la Equidad y la Bondad del ser humano.
“Tú solo, tú intrépido, tú magnánimo, con sola una espada, y no de las del perrillo cortadoras, con un escudo no de muy luciente y limpio acero. Tus mismos hechos sean los que te alaben, valeroso manchego, que yo los dejo aquí en su punto por faltarme palabras con que encarecerlos”
CAPÍTULO VI
Aquella tarde ! la háwla wa la qúwata illa billáh ¡ Hamete volvió a su casa con la certeza de que la Inspiración le había guiñado un ojo. Ordenó silencio de salah en toda la casa, se encerró en el maktab bajo siete llaves, buscó su mejor pluma primaria de ganso, y empezó a escribir…
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(A lo lejos, la melodiosa voz del almuédano llamaba a la oración del ocaso: ¡ Bismilah al-rahman al-rahim ¡)
hasta ahora te leia con un diccionario al lado, ahora con el diccionario y el móvil en el traductor arabe español.
ResponderEliminarAnda que me tienes contenta.
Estaría bueno que fuera verdad ¡El Quijote una vulgar copia!, menos mal que solo es tu ingenio, Mata, pues si no, habrías matado a Cervantes de un plumazo, después de tanto tiempo de muerto y de gloria. Al mismo tiempo habrías quitado a España el mérito de haber nacido en su seno unos de los trabajos literarios más importante del mundo, y de que uno de sus más ilustres escritores, Cervantes, habría cometido plagio. En esta España de hoy, desmeritada por independentistas y otros enemigos de la nación, viene como anillo al dedo para nuestro hazmerreír.
ResponderEliminarComo español me quitarías un poquito de orgullo. Así, que..., prefiero no saber y que le den al supuesto inventor.
Muy bueno Manolo. Pero que significa esa frase árabe del final. Desde cuando sabes árabe. A ver si vas a ser policia secreta marroquí... Pinta de moro tienes
ResponderEliminarHamete Benengeli es un personaje creado por Miguel de Cervantes para contar El Quijote.
ResponderEliminarEs decir, en la novela quien hace de narrador no es Cervantes, sino este morisco de Toledo quedando él propio Cervantes como un extraño que no tiene nada que ver con el asunto.
Una genialidad.
Aquí el señor Mata da vida a ese personaje de ficción.
Tengo entendido que fue Mata quien escribió la noticia del premio de Europa al Buceite.
ResponderEliminarSi es así mi felicitación pues yo me lo crei y puse un comentario dando la enhorabuena a Bernardo.
Tambien tengo entendido que era el que mandaba en la campaña electoral del psoe...
Eliminarpero le van mejor las letras.
Hummm 3.29, otro resabiado desde el anonimato. Así da gusto
EliminarTe diré en ptimer lugar que no soy critico literario así pues solo te daré mi humilde opinion de tu relato.
ResponderEliminarEn el, el resumen que hago es que describes y muy bien por cierto, lo que fue en España el siglo XVI con unos 20 primeros años con luchas con los ingleses donde perdimos ni más ni menos que el emblema de nuestro país en aquella época LA ARMADA INVENCIBLE, nos cuentan que fue por las inclemencias del tiempo y los ingleses que esa victoria fue pura estrategia.
Y una segunda parte de siglo con la gloriosa España de Felipe II que antes inició su padre Carlos I.
Aquel Imperio se llevó al mundo, y así Europa, America y Oceanía, nos tenían admiración y respeto.
Ya dentro de nuestro país, y lo describes con mucho acierto, comenzó lo que dices la era del pelotazo, los nobles se acercaban al rey para obtener beneficios lo que hoy llamamos, "pelotas" compraban latifundios a bajo precio los parcelaban y vendían a precio de oro, igualmente que ahora que en los ayuntamientos de pequeñas y grandes ciudades, los concejales se meten hostias para coger urbanismo con el fin de enriquecerse corruptamente.
Luego localizas a un ciudadano de la época llamado Hamelet y a través de su vida, nos relatas como era la vida de la época, donde, convivían en armonía y respeto cristianos, judíos y musulmanes, y donde por aquello de supervivir se preocupaban más de buscar comida que de otra cosa.
Pero dentro de aquel analfabetismo también surgían personas a las que les gustaba la lectura, escribían inventaban coleccionaban libros en resumen les gustaba la cultura para darles bienestar y cultura a sus hijos y familia...... joe Manue, de haber vivido en aquella época me identificaria con este musulmán.
En resumen Manue, buena narrativa, y el escrito me traslada.
a la época, que dice mucho del relato y del escritor y me hace recordar libros de Arturo Pérez Reverte, que tanto nos gusta, libros en su mayoría históricos, como los siete libros del CAPITÁN ALATRISTE O
Manolo Mata, una vez más y en esta ocasión con más severidad, te tengo que sacar tarjeta roja, ya que a tú afán de entremeter palabras pocos usuales, se le une el árabe y el antiguo castellano, más de lo mismo, relato no ameno y poco atractivo para los neófitos, ya que hay que acompañarlo, por lo menos en mi caso, del diccionario, por lo demás bien
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