sábado, 28 de febrero de 2015

"Pícaros", por Francisco Quirós "Pacurro"

El Lazarillo de Tormes, del pintor Luís Santamaría Pizarro.
Nuestra literatura es rica en el tema de los picaros, tanto que la novela picaresca es un estilo determinado,   destacando entre todas El Lazarillo de Tormes.

Les traigo aquí varias hazañas de picaros/as locales, hazañas que tienen su gracia, su ingenio, que aunque no debamos aplaudirlas, con el paso de tiempo tienen su salsa, comparándolas con las actuales son peccata minuta.

Por sus obras les conoceréis dijo Jesús, por las características de las obras los he calificado de la forma siguiente:


EL ARRIESGADO:
    El primer personaje, era un hombre con un trato exquisito, de fácil verborrea, capaz de convencer al más pintado. No tenía reparo alguno en arriesgarse para apropiarse de lo ajeno, con el peligro que le tocarán   la cara.
    Un día determinado pidió una burra prestada para ciertas labores en el campo. La propietaria una señora entrada en años y excelente persona, accedió sin reparos. El caso es que vendió la burra y desapareció de la localidad. Regresó pasado un año aproximadamente, al pasar por la puerta de la dueña del equino, sin inmutarse saludó a la buena señora. Esta como decía,  era un pedazo de pan, solo acertó a preguntarle “¿Fulano te hizo el apaño la burra?,  a lo que respondió,” No sabe usted cómo”. Prosiguiendo  su marcha con toda tranquilidad.
    Otra de sus tropelías, fue que se apropió indebidamente de unos arados. Contactó  con el propietario del único camión que hacía la ruta Tesorillo- La Línea, dicho camión  salía cargado a diario de frutas y hortalizas para el mercado mayorista. Al camionero le solicitó que le llevara junto con los arados para venderlos, como así hizo en La Línea.
    Pasado unos días el propietario de los arados hermano del camionero, les echó en falta, preguntando a su hermano si sabía el paradero de los aperos, a lo que esté le contestó, ”No los busques ,  están vendidos y además los he transportado yo”.

EL ESCAPISTA:
    El protagonista siguiente. Debía hasta de callarse, las deudas le acuciaban y algún acreedor que otro se le agotó la paciencia y le buscaba  no con muy buenas intenciones.
    Una tarde degustando una copa en la barra del Bar Central, eso sí  siempre mirando hacia la puerta de entrada en señal de precaución. Observó como estacionaba un turismo en la puerta del local. Rápido de reflejos, salió como un exhalación por la puerta lateral, con agilidad y de un perfecto salto,  salvó el desnivel que hay entre el bar y la  calle, adentrándose en las huertas cercanas, allí permaneció hasta que se hizo de noche.
      Se trataba de uno de tantos acreedores que por la reacción de nuestro escapista  no venía en son de paz. Pregunto por él, Juan Riscos (propietario del Bar Central)  extrañado   insistía que hacía un momento estaba en el lugar y como prueba de ello, le indicaba que la copa medio a consumir y el paquete de Ducados aún permanecía encima de la barra.
    En otra ocasión fueron a buscarle a su domicilio, su señora les insistió que no estaba en casa, pero los afectados seguros que si estaba , se adentraron en la vivienda y comenzaron a subir escaleras, nuestro personaje  una vez más  con una rapidez de reflejos encomiable, subió a la azotea, suerte que aquel día su esposa había tendido las sabanas al sol, como si de una película se tratara, hizo un cordel con las sabanas se despeño a los patios inferiores vecinos y de nuevo se adentro en las huertas, permaneciendo igualmente hasta bien entrada la noche.

EL OCURRENTE:
    Se trataba de un buen hombre, simpático, ocurrente, gracioso, excelente imitador, el ideal para cualquier rato de conversación, estando en su compañía  la risa estaba más que asegurada .Su situación económica le obligaba a ser pícaro, pobre de solemnidad, familia numerosa, el simple hecho de conseguir un plato de comida para sus hijos ya le era  muy dificultoso.
    Llegó a una tienda muy céntrica le solicitó unas alpargatas las más baratas su  poder adquisitivo no le permitía otra cosa. Una vez que se las calzó, se dirigió al tendedor en estos términos.” Fulano si eres capaz de cogerme te pago las alpargatas” y emprendió veloz huida, hay que decir que era una persona con complexión atlética y el tendero todo lo contrario.
    Como era lógico, estaba lleno de deudas, así que otro tendero, menos comprensivo que el anterior y más “malange”, le abordó reclamándole la deuda. Él no se amilanó y con la gracia que le caracterizaba le espetó “Mira tengo una cola de gentes a las que le debo, que va desde la Plaza  a la Casita de Campos. Tú estás de los primeros, pero si vuelves a pedirme la trampa, te pongo a la cola”.

LOS INGENIOSOS:
     Esta sección la componen dos personas distintas y de distinto sexo, pero ambas se caracterizan por ser muy ingeniosos.
    La primer persona un varón, hombre que tuvo serios problemas con el alcohol, excelente trabajador y muy buena persona. Durante una época el algodón se cultivó en nuestra localidad, se recolectaba se metía en sacas y se almacenaba para su posterior comercialización. Las sacas se estivaban a varios metros de altura, tarea que exigía un gran esfuerzo físico. Bien en uno de los almacenes existía acopio de garrafas de alcoholes, principalmente vinos y aguardientes. El empresario se extrañaba mucho que la persona que nos ocupa, a media mañana presentaba todos los  síntomas  de estar muy borracho, circunstancia en apariencia muy rara, no existían indicios que hubiese ingerido bebida alguna excepto el agua. Se hicieron alguna que otra conjetura, pero ninguna convencía de pleno.
    Lo que realmente pasó fue lo siguiente: El bebedor clandestino apartó una garrafa de aguardiente, la escondió detrás de las sacas de algodón. Con sumo cuidado efectúo un pequeño boquete en el tapón de la vasija y a través de un canuto de caña iba sorbiendo el aguardiente. Se daba la circunstancia que conforme la estiva de sacas iba subiendo de altura el canuto tenía que ser más largo. Pueden imaginar el efecto  que hace un sorbetón de aguardiente a tres metros de altura.
La última de nuestras pícaras es mucho más actual. Todo sucedió en una gran superficie de nuestra comarca. A principio de los ochenta los medios en esas superficies para combatir los pequeños hurtos eran menos avanzados que los actuales. Así no era la primera vez que se valía del ingenio para hurtar productos. El método empleado consistía en lo que sigue: Los botes de cinco kilos del detergente Colón se les podía despegar y volver a pegar fácilmente su tapa anterior. Nuestra buena señora introducía los productos a sustraer, pasaba por caja abonaba el bote de detergente, aquí paz y después gloria.
    Tanto fue el cántaro a la fuente, que terminaron por descubrirla. Estando en caja, se le acercaron personal de seguridad y abrieron el bote del detergente. Sacando entre otras cosas una pieza de embutidos. La dama lejos de avergonzarse, ponerse nerviosa, sonrojarse o similares, muy eufórica exclamó “Que suerte me ha tocado. No sabía que Colón diera regalos”

Estarán conmigo que los pícaros de este relato nada tienen que ver con los actuales.

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