Cariñosa, amable y permanentemente atenta a todas nuestras necesidades,
María poseía una sorprendente habilidad para administrar las palabras, las
pausas y los silencios. Respetuosa, comprensiva y delicada, estaba dotada de
una singular capacidad para acompañarnos. Era sorprendente su destreza para
controlar sus reacciones, para administrar su opiniones y, sobre todo, para
captar los síntomas que delataban las preocupaciones de todos los que la
rodeaban. Y es que, aparentando despiste, ella observaba con atención y con
interés cada expresión, cada gesto y cada palabra de los que tanto la queríamos.
Adornada de cualidades morales firmemente asentadas en profundas
convicciones evangélicas, María, en las situaciones delicadas, siempre aportaba
una notable dosis de esperanza. Modesta, tolerante y paciente, en todo momento
mantuvo su dignidad y su intimidad intactas, y es que ella era consciente de
que, con su vida, alimentaba la de su marido y nutría las de sus hijos, las de
sus nietos y bisnietos y las de toda la familia. En la luz de su mirada,
reflejaba el resplandor directo de los momentos de alegrías compartidas y de
dolores superados, y su rostro transparente nos hablaba directamente de su
satisfacción por la familia amplia y diversa que ella, con su elegante
constancia, con su paciente discreción y con su cautivadora ternura, había
logrado construir. Sencilla y digna, impulsada por una devoción familiar,
cuidaba con exquisita delicadeza las palabras para teñir de cariño las tareas
domésticas cotidianas y rutinarias, y para ganarle la jugada a cada día y a
cada mes.
Su desaparición nos deja más solos y, aunque sabemos que ha vivido mucho
y bien, su fallecimiento lo sentimos como una dolorosa amputación en nuestro
propio organismo. En estos momentos, en los que evocamos escuetamente su cálida
presencia entre nosotros, su figura se ensancha y se perfecciona su imagen. El
recuerdo de su testimonio, impregnado de admiración y de gratitud, nos empuja
para que, releyendo su reconfortante vida, comprendamos que el único sentido de
esta existencia y el único contenido de la religión es el amor respetuoso, el
amor agradecido y el amor generoso. ¡María! Muchas gracias. Te seguimos
queriendo. Descansa en paz.
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***Enviado por José Antonio Hernández Guerrero,
catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y
Director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y
articulista.
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