Uno de los temas “clásicos” que, de manera inevitable, suelen comentar los participantes en los Cursos de Comunicación es la escasa calidad media de las homilías dominicales de sacerdotes e, incluso, la deficiente eficacia comunicativa de la que adolecen los textos episcopales publicados en periódicos y que, presumiblemente, poseen una intención divulgativa. Los más sorprendidos y radicales suelen ser los ciudadanos “no practicantes” cuando asisten a los ritos exequiales que se celebran en los tanatorios civiles.
A su juicio, los defectos más repetidos son el desorden del discurso o la abundancia de tópicos vacíos, el tono paternalista o sentimentalista, las voces engoladas o superazucaradas, las afirmaciones categóricas o los gestos declamatorios. “Son fallos graves –dicen los críticos-, no sólo desde una perspectiva retórica, sino también desde una óptica evangélica”. A veces -explican- son más interesantes y más transparentes los relatos bíblicos que las exégesis y las aplicaciones pastorales de sus comentaristas. Hemos de reconocer que también emiten juicios análogos los alumnos de los diferentes niveles de la enseñanza de la literatura. En general éstos suelen repetir que los textos originales son más claros y más amenos que los comentarios que hacen los profesores.
En mi opinión, sin embargo, la eficacia persuasiva de los diferentes géneros de predicación y de los distintos gestos rituales de los agentes pastorales depende, mucho más que de su corrección lingüística y de su fuerza retórica, de la credibilidad que inspiran las actitudes y los comportamientos de quienes las pronuncian o ejecutan. Ésta es la razón por la que tanto los “fieles” como los “infieles” que escuchan o leen las homilías de Francisco se fijan, todavía más que en el tono cordial con el que las pronuncia, en sus maneras sencillas de vivir, en sus formas fraternales de tratar a sus interlocutores y en sus modos coherentes de poseer y de administrar sus bienes. Y es que, todos sabemos que, las palabras sólo sirven cuando se explican con la propia vida pero, si entran en contradicción con nuestras conductas, los discursos resultan cómicos, ridículos y, a veces, irritantes y contraproducentes.
Un análisis elemental de las homilías de Francisco pone de manifiesto que el principio en el que apoya sus discursos -esquemáticos y claros- y el criterio -flexible y cambiante- que orienta sus tareas y determina la validez de sus actividades pastorales son eminentemente evangélicos entendiendo por tal la atención a las demandas reales y a las necesidades concretas de los fieles, sus hermanos. Y es que Francisco nos habla tan cerca que no necesita elevar la voz. El itinerario que había recorrido en Argentina, su tierra natal, nos muestra cómo ha desarrollado su actividad pastoral a través de tres vías complementarias y convergentes: las palabras, los gestos y las acciones. Por eso, cuando escuchamos sus homilías recibimos la impresión de que son charlas con el hombre de la calle, conversaciones cristianas que pretenden, no sólo conectar con nuestros problemas reales, sino también acertar con nuestro lenguaje. Y es que Evangelio no sólo es un contenido, sino también un estilo comunicativo. Por eso Francisco se esfuerza en sustituir todos los símbolos de poder, de dominio, de grandeza, de importancia y de riqueza: no se puede hablar de sencillez desde el lujo, desde el brillo, desde la pompa y desde la ostentación porque hemos de partir del supuesto que su escenario más adecuado es el de un montículo.
Me he fijado cómo, por ejemplo, los términos abstractos -"salvación", "abnegación", "esperanza"...- los traduce en las palabras concretas, en esas mismas que nosotros empleamos para hablar con nuestros familiares, amigos y vecinos –“los ancianos abandonados”, “los niños hambrientos”, “los hombres y las mujeres sin trabajo”-, y cómo su público interlocutor se va reduciendo hasta encontrar a las personas concretas. "Es ahí donde tenemos que sembrar", "ahí donde se sufre y se disfruta", "donde se ama y se odia", "donde se cree y se espera". Con sus actitudes y con sus comportamientos pastorales trata de traducir la paradoja original del mensaje evangélico que revela la trascendenciahttp://www.blogger.com/blogger.g?blogID=32161851#editor/target=post;postID=2692212165759568251;onPublishedMenu=allposts;onClosedMenu=allposts;postNum=0;src=link por medio de la encarnación, la liberación por medio del la pobreza y la salvación por medio de la debilidad. Francisco habla con un lenguaje sencillo, cordial y humano. Por eso su estilo comunicativo es diferente del que define a algunos de los “oradores sagrados” porque más que predicar, simplemente, conversa. Por eso su palabra era clara, directa e interesante, y, por eso, sus frases son condensadas y aforísticas. Su eficacia persuasiva no se debe -en mi opinión- a sus conocimientos lingüísticos ni a sus estudios retóricos sino que se fundamenta en la atención permanente que presta a los destinatarios de sus mensajes, en la sensibilidad que posee para captar las expectativas de los oyentes, en su capacidad de sintonía y en su convicción del poder de la palabra para formar los pensamientos, para orientar la actitudes, para estimular los comportamientos, para alimentar la fe y para construir la Iglesia. Y es que él prefiere la bondad de los sencillos a la virtud de los importantes. Quiere ser fiel, no sólo a los principios permanentes, sino también a las llamadas cambiantes de los signos de los tiempos.
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Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
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Foto de http://www.hispanidad.com
En mi opinión, sin embargo, la eficacia persuasiva de los diferentes géneros de predicación y de los distintos gestos rituales de los agentes pastorales depende, mucho más que de su corrección lingüística y de su fuerza retórica, de la credibilidad que inspiran las actitudes y los comportamientos de quienes las pronuncian o ejecutan. Ésta es la razón por la que tanto los “fieles” como los “infieles” que escuchan o leen las homilías de Francisco se fijan, todavía más que en el tono cordial con el que las pronuncia, en sus maneras sencillas de vivir, en sus formas fraternales de tratar a sus interlocutores y en sus modos coherentes de poseer y de administrar sus bienes. Y es que, todos sabemos que, las palabras sólo sirven cuando se explican con la propia vida pero, si entran en contradicción con nuestras conductas, los discursos resultan cómicos, ridículos y, a veces, irritantes y contraproducentes.
Un análisis elemental de las homilías de Francisco pone de manifiesto que el principio en el que apoya sus discursos -esquemáticos y claros- y el criterio -flexible y cambiante- que orienta sus tareas y determina la validez de sus actividades pastorales son eminentemente evangélicos entendiendo por tal la atención a las demandas reales y a las necesidades concretas de los fieles, sus hermanos. Y es que Francisco nos habla tan cerca que no necesita elevar la voz. El itinerario que había recorrido en Argentina, su tierra natal, nos muestra cómo ha desarrollado su actividad pastoral a través de tres vías complementarias y convergentes: las palabras, los gestos y las acciones. Por eso, cuando escuchamos sus homilías recibimos la impresión de que son charlas con el hombre de la calle, conversaciones cristianas que pretenden, no sólo conectar con nuestros problemas reales, sino también acertar con nuestro lenguaje. Y es que Evangelio no sólo es un contenido, sino también un estilo comunicativo. Por eso Francisco se esfuerza en sustituir todos los símbolos de poder, de dominio, de grandeza, de importancia y de riqueza: no se puede hablar de sencillez desde el lujo, desde el brillo, desde la pompa y desde la ostentación porque hemos de partir del supuesto que su escenario más adecuado es el de un montículo.
Me he fijado cómo, por ejemplo, los términos abstractos -"salvación", "abnegación", "esperanza"...- los traduce en las palabras concretas, en esas mismas que nosotros empleamos para hablar con nuestros familiares, amigos y vecinos –“los ancianos abandonados”, “los niños hambrientos”, “los hombres y las mujeres sin trabajo”-, y cómo su público interlocutor se va reduciendo hasta encontrar a las personas concretas. "Es ahí donde tenemos que sembrar", "ahí donde se sufre y se disfruta", "donde se ama y se odia", "donde se cree y se espera". Con sus actitudes y con sus comportamientos pastorales trata de traducir la paradoja original del mensaje evangélico que revela la trascendenciahttp://www.blogger.com/blogger.g?blogID=32161851#editor/target=post;postID=2692212165759568251;onPublishedMenu=allposts;onClosedMenu=allposts;postNum=0;src=link por medio de la encarnación, la liberación por medio del la pobreza y la salvación por medio de la debilidad. Francisco habla con un lenguaje sencillo, cordial y humano. Por eso su estilo comunicativo es diferente del que define a algunos de los “oradores sagrados” porque más que predicar, simplemente, conversa. Por eso su palabra era clara, directa e interesante, y, por eso, sus frases son condensadas y aforísticas. Su eficacia persuasiva no se debe -en mi opinión- a sus conocimientos lingüísticos ni a sus estudios retóricos sino que se fundamenta en la atención permanente que presta a los destinatarios de sus mensajes, en la sensibilidad que posee para captar las expectativas de los oyentes, en su capacidad de sintonía y en su convicción del poder de la palabra para formar los pensamientos, para orientar la actitudes, para estimular los comportamientos, para alimentar la fe y para construir la Iglesia. Y es que él prefiere la bondad de los sencillos a la virtud de los importantes. Quiere ser fiel, no sólo a los principios permanentes, sino también a las llamadas cambiantes de los signos de los tiempos.
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Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
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